jueves, 30 de junio de 2011

Capítulo XXXVI


Manuel hubiera querido, en la oscuridad del aposento, conversar con Alonso acerca de cómo le confesaría a Rafael sus sentimientos hacia su hija, sin que este lo decapitara o lo desollara vivo. Su amigo había mostrado cierta habilidad en la resolución de estos temas. Pero esa noche, todos compartían la misma habitación, incluso Ireneo, Atenor y sus olores, por lo que la preservación de secretos sería imposible. En la desesperación de su sufrimiento, imaginaba soluciones inexistentes o imposibles, como que le salvaba la vida al padre y este, como recompensa, le entregaba a su hija o que encontraba un tesoro, se hacía rico y por ello Rafael lo aceptaba sin miramientos. También imaginó un hechizo, que no existía, el cual le otorgaba el don de convencer a otra persona de lo que quisiera.
Todas estas tribulaciones deambulaban en su cabeza sin que pensara, en ningún momento, que el hombre lo podría aceptar, quizás, sin ninguna objeción. Esta preocupación hizo que el guardián fuera el último en dormirse.
Nadie madrugó demasiado a la mañana siguiente, solamente la muchacha, quien perfumó todo el lugar con un agradable aroma a pan recién horneado, el cual fue una irresistible tentación para el hambre matinal de los hombres Uno a uno, se fueron levantando para terminar, un rato después, reunidos en la cocina disfrutando del desayuno, salvo Manuel, que apareció un poco más tarde y fue recibido con una mirada inquisidora de la muchacha, debido a su retraso.
Si hubiera venido antes podríamos haber estado un rato a solas, pensó esta.
- Se logra tolerar a un glotón, pero nunca a un holgazán.- Dijo Rafael, entre risas, pensando que esa era la causa del enojo de la niña.
Manuel repitió el ritual de colorear, con tonos rojizos, su cara.
El hombre aprovechó la reunión para interrogar a Alonso sobre detalles de su vida, los cuales el muchacho ya había contado pero sin que él hubiera estado presente para escucharlos. Este así lo hizo, entreteniendo el desayuno por un rato.
Cuando las panzas estuvieron llenas y los músculos prestos para la actividad, los dos hermanos anunciaron su partida. Luego de salir todos de la cocina, saludaron apresuradamente y se marcharon. El cielo estaba gris y amenazaba con llover y, aunque no vivían lejos de allí, no querían que un aguacero los encontrara desprotegidos a medio camino.
El frío era más intenso que nunca, Rafael y los dos muchachos debían salir a realizar las tareas diarias, por lo que se cubrieron con cueros de oveja para tratar de repelerlo.
Alonso procuró que las cosas que hacía lo mantuvieran cerca del hombre, un poco para que Aurora y Manuel pudieran encontrar algún momento para estar a solas, y otro para hablarle acerca de los atributos del guardián y, así, ir preparando el terreno para la petición de la mano de la niña.
- Es un buen muchacho.- Dijo en un momento Rafael, como respuesta a las alabanzas que venía enumerando el joven.- Lástima que sea tan pobre.-
- ¿Qué problema hay acerca de ello?- Preguntó el argandeño.
- Que el día que quiera pedir la mano de alguna mujer que sea digna, le va a costar ser aceptado.
El muchacho se frotó el mentón, tratando de que se le ocurriera una buena idea, para argumentar a favor de su amigo.
- Son formas de ver las cosas. Si yo tuviese una hija, querría dejarla en buenas manos. Manos que la quisiesen, la protegiesen y la respetasen, aunque estas vinieran sin riquezas.- Dijo tratando de que su manifestación convenciera al hombre.
Este, riendo, contestó:
- Eres muy mozo todavía y piensas que el tiempo no alcanza. Deberías prestarle atención a la paciencia. Yo esperaré a que alguna de las oportunidades que se presenten para mi niña, traiga ambas cosas y, aún así, no la cederé fácilmente y a más de uno, seguramente, tendré que darle una zurra.-
El joven decidió abandonar el tema por el momento, iba perdiendo la partida y no fuera a ser cosa que él terminara recibiendo la tunda.
Siguieron un rato dándole heno a los animales, hasta que, como si la noche se hubiera desorientado y aparecido inesperadamente en el lugar, sin preguntar si el camino que llevaba era el correcto, la oscuridad invadió la mañana. Los cada vez más densos nubarrones, repelían con el lomo a los rayos del sol y el frío se intensificó. De pronto comenzaron a caer, como pomposas semillas de cynara flotantes, los primeros copos de nieve del invierno.
- Ayúdame a llevar los animales al establo.- Le dijo Rafael a Alonso.
Así lo hicieron; gallinas, cabras, cerdos y ovejas, terminaron bajo el precario abrigo de las tablas que techaban el rústico cobertizo.
Luego de eso, la intensa nevada no les dio la oportunidad de realizar ninguna otra labor al aire libre, por lo que regresaron a la casa.
Allí encontraron a la niña, que estaba preparando unas verduras para la comida, y a Manuel, quien totalmente mojado y tiritando, apuntaba las palmas de sus manos hacia el calor que brindaban las llamas del hogar.
Después de decir los comentarios acostumbrados, que inspira la llegada de alguna inclemencia meteorológica, los dos recién llegados se acomodaron en distintos lugares de la cocina. Rafael se acercó a su hija para fisgonear lo que estaba cocinando y conversar con ella, siempre tenía algún tema para hacerlo. Alonso se dirigió a la chimenea y se paró junto a Manuel, pero dándole la espalda a esta, por lo que, de cierta forma, quedó casi frente a frente con su amigo. Ensayando un cuchicheo le dijo, tratando de que padre e hija no escucharan:
- Mañana voy a marcharme de aquí, nada más me ata a este lugar y tengo cosas por hacer.-
Manuel, consciente de que ese momento alguna vez iba a llegar y de que él también tenía una pronta misión que cumplir, bajando la vista contestó:
- Iré contigo.-
En sus ojos, el reflejo de las danzantes llamas de la hoguera, fue atenuado por la tristeza que le provocó el saber que pronto abandonaría a su niña.
- ¡Debes pedir su mano!- Le dijo el joven, sabiendo lo que era importante para su amigo.- Debes dejar sentado un compromiso antes de partir.-
- Lo se.- Respondió Manuel.- Hablaré con Rafael.-
- Aguarda para hacer eso.- Le aconsejó Alonso.- He estado hablando con el viejo y no veo que sea tarea fácil que te apruebe.-
- Si tu lo dices.- Dijo aceptando el guardián, teniendo en cuenta que su amigo había demostrado ser idóneo en estos asuntos.
- Debemos planearlo bien, por la noche lo harás.- Agregó.
- ¿De qué hablan ustedes?- Dijo con curiosidad, Rafael.
Alonso, sin titubear, le contestó:
- De algo que debemos comentarles.- Hizo una pausa y continuó.- Mañana nos marcharemos.-
Al hombre le dio pena la noticia, apreciaba la compañía de ambos muchachos. Aceptó la decisión, sabiendo que era algo que tarde o temprano iba a suceder. La niña bajó la cabeza, fijando la mirada sobre los alimentos que estaba preparando.
El silencio invadió todo el recinto y cada uno prosiguió haciendo lo que estaba realizando, así fuera nada.
Rafael fue quien rompió el mutismo. Tomando a su hija por el brazo le preguntó:
- ¿Por qué lloras?-
- ¡Porque esto que estoy trozando son unas cebollas!- Contestó Aurora de mala manera.
Al hombre lo enojó la réplica de la niña y, por la expresión de su cara, se notó que reprimió alguna respuesta inapropiada.
Esta situación tensó más el denso clima que se vivía en la cocina, por lo que el silencio se prolongó un largo rato más. Comieron los alimentos muy frugalmente El apetito no es amigo del malestar, salvo el argandeño, al cual la tensión, pareció no afectarle la capacidad de ingesta. Aurora casi no probó bocado.
Luego todos, menos la niña que se quedó acomodando la cocina y lavando los utensilios, se fueron a dormir una siesta. El frío, la falta de claridad y la nevada proporcionada por las nubes, hacían más atractiva la estadía dentro de un lugar abrigado y al reposo. Los tres hombres, una vez en la habitación, se acostaron cada uno en su lugar.
Cuando los ronquidos de Rafael dieron la señal que Alonso estaba esperando, se levantó con sigilo y se dirigió hasta donde yacía Manuel. Le tapó la boca con una mano, para apagar algún grito de sorpresa y, cuando vio que su amigo lo miraba desde la perfecta negrura de sus ojos, con el dedo índice de la otra le ordenó que guardara silencio. Mediante señas le dio indicaciones que guiaron al guardián detrás de él. Una vez fuera de la habitación, pudo hablarle en voz baja, sin correr riesgo alguno de que el hombre lo escuchara.
- Vamos a la cocina, debemos hablar con Aurora.- Le dijo.
Cuando entraron, la joven estaba culminando sus tareas. Todavía tenía lágrimas en los ojos, aunque las cebollas ya habían quedado demasiado lejanas en el tiempo, como para provocarlas. Manuel se apresuró en entrar y la abrazó, esto hizo que la niña estallara en llantos. Besándole repetidamente la frente, el muchacho procuró calmarla o, al menos, contenerla.
Alonso, asomando su cabeza hacia fuera y sosteniéndose del marco de la puerta, se aseguró de que Rafael no los hubiera seguido, luego entró nuevamente e hizo que todos se sentaran alrededor de la mesa, en uno de sus extremos.
- La situación no es fácil.- Comenzó diciéndoles a la pareja.- Intenté dialogar para ir allanando el campo, de manera que fuera más probable que aceptara a Manuel como tu hombre, pero lejos de discutirme acerca de las virtudes que mencioné, argumentaba sobre la importancia de las que no tiene.-
- Es terco como un borrico.- Dijo la niña.
- ¿Y cuáles son ellas?- Dijo el guardián timidamente, no con muchas ganas de escuchar una definición acerca de lo que no era.
- Riquezas.- Contestó simplemente Alonso.
Manuel bajó la vista, no podía hacer nada para remediar esa falencia. Soy más pobre que el desierto, pensó.
- Pero eso a mí no me importa.- Dijo Aurora.- Lo quiero y no podría querer a otro aunque viniera en un carruaje de oro.-
- Lo se. Lo sabemos.- Dijo Alonso tratando de animar a ambos.- ¿Hay alguna situación que torne tierno y receptivo a tu padre?- Le preguntó a la niña tratando de pergeñar algún plan.
La muchacha pensó un poco, meneando su rubia cabeza, hasta que encontró una respuesta:
- Cuando se pone ebrio.- Dijo.- Abre su corazón y dice cosas dulces y cariñosas. En ese estado lo he visto perdonar ofensas que, en otro momento, lo habrían incitado a la violencia.-
- Bien, eso es bueno.- Dijo Alonso.
- Pero muy pocas veces se embriaga.- Completó la muchacha compungida.
Alonso, magullando palabras poco entendibles se abstrajo, ignorando la presencia de la pareja por un momento, intentando urdir un plan.
Manuel no atinaba a emitir vocablo.
- Esto es lo que haremos.- Dijo finalmente el joven y, mirando a Aurora, continuó.- Esta noche deberás organizar un festín de despedida. No podrá faltar vino, trataremos de inducirlo a tomar mucho de él. Cuando su estado sea el adecuado.- Prosiguió, pero, ahora, dirigiéndose a Manuel.- Te dejaremos a solas con él y le pedirás la mano.-
La simpleza de la idea se dibujó, contrariamente, como una batalla contra mil soldados en la cabeza de Manuel.
- ¿Co..? ¿Cómo haré eso?- Preguntó algo asustado.
- ¡Con la fuerza del amor, amigo!- Contestó Alonso dándole una fuerte palmada en el hombro.- Si ella te ha empujado a enfrentarte a guerreros armados, tales como los hombres de Rodríguez ¿Cómo no te va a dar las palabras necesarias, en el momento indicado? Dile lo que sientes, háblale con el corazón. Aurora y yo nos quedaremos afuera, escuchando lo que conversen, por si acaso hiciese falta que aparezcamos.-
Esta arenga envalentonó al guardián.
- ¡Así lo haré!- Afirmó y le dio un ruidoso y breve beso en la mejilla, a la niña.
Nunca más justo el final del mismo, un segundo después de que había ocurrido, Rafael irrumpió por la puerta.
- Veo que han despertado.- Dijo.- Así me gusta. Ha dejado de nevar y quisiera que me ayudaran a acomodar varias cosas que la tormenta ha desalineado.-
Los tres jóvenes se sintieron aliviados, el hombre no había visto la última escena, por lo que sus planes seguían vigentes.
Los dos muchachos aceptaron la petición y salieron a trabajar, mientras que la niña se quedó a organizar la pequeña fiesta
Luego de pocas horas, el sol, que no había aparecido en todo el día, pareció convencer a la luna para que tampoco lo hiciese y apurara a la oscuridad, para que entrara en escena. Las nubes habían acelerado el final del día. Esa noche, todos se sentaron a la mesa más temprano que nunca.

sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo XXXV


Alonso también comenzó a caminar al encuentro de los recién llegados, apresuradamente. Pasó por al lado del abrazo del padre y de la hija, y enfiló directamente hacia el hombre que traía la carga sobre los hombros. Estaba envuelta por una manta, la cual no lograba disimular que se trataba de un cuerpo.
El muchacho, olvidando sus buenos modales, ignoró al hombre que transportaba la inmóvil figura y abrió el envoltorio de tela que lo ocultaba. Su decepción fue instantánea, un hocico, ovoide y chato, y un par de jóvenes colmillos, le revelaron que se trataba de un cachorro de jabalí.
- Lo cazamos por la mañana. Esta noche tendremos banquete.- Le dijo el hombre, creyendo que eso era lo que al muchacho había atraído.
Agachando la cabeza, el argandeño se dirigió, a paso lento, hacia la casa. Al llegar, ya se encontraban en el lugar Aurora y su padre, reunidos con Manuel.
Rafael, luego de que pasara el desorden que produce la natural algarabía de la concreción de un esperado retorno, le prestó atención al muchacho. Era la primera vez que lo veía de pie. Con atrevimiento le tomó el mentón con dos de sus dedos, haciendo una pinza y le movió la cara, de un lado al otro, observándolo detenidamente.
- Vaya que te has recuperado rápido.- Le dijo y luego, liberando al muchacho y mirándolo a Manuel, lo interrogó con ironía- ¿Eres mago, acaso?-
- El muchacho es joven y fuerte.- Contestó este, tratando de justificar la rápida evolución de la salud de Alonso.- Debes tener muchas cosas para contar.- Agregó para enfocar la atención hacia otros asuntos.
- Así es.- Contestó el hombre, con la felicidad del regreso retratada en su rostro.
Aprovechando que todos estaban reunidos les presentó sus acompañantes, a los dos muchachos. Se trataba de unos herreros que vivían en una cabaña no muy lejos de allí, detrás de la loma que albergaba el montecillo de robles. Ireneo y Adenor, se llamaban, eran hermanos entre sí. Luego de los saludos pertinentes, los dos se avocaron a desollar el cerdo el cual, por su tamaño y la casi ausencia de rayones, demostraba que hacia poco que había dejado de ser un jabato.
Alonso no prestaba atención más que a las palabras que decía Rafael. Quería obtener la respuesta a la pregunta que se hacía mentalmente, pero no se atrevía a formularla.
Como si hubiera intuido la ansiedad del muchacho, el hombre interrumpió el diálogo que estaba manteniendo con su hija, lo miró a los ojos y le dijo secamente:
- Tu enano está muerto.- Y sentenció.- Bien muerto.-
El joven se quedó como petrificado, la mezcla de sentimientos que irrumpieron en su ser, hicieron que unas lágrimas brotaron de sus ojos. Por un lado sentía la satisfacción por el justo castigo que había recibido Flair, pero por otro, sintió la impotencia de saber que el fin de la existencia del enano no le devolvería la de Tiago. Finalmente, el balance entre los sentimientos y terminó siendo positivo. Se sintió liberado de que no le quedara un dificultoso cometido por realizar.
La cena de esa noche comenzó de manera muy agradable y entretenida. El cochinillo, asado por los dos hermanos, resultó ser muy sabroso, sobre todo para Alonso al cual cualquier alimento que no tuviera escamas, aletas, ni espinas, le parecía un manjar.
Los relatos, que uno y otro exponían, provocaban una gran atención a quienes les tocaba el ocasional turno de escuchar.
El joven, más allá de que le resultaban interesantes las anécdotas propias y ajenas, sentía la necesidad de saber como habían sido los detalles de la muerte del enano. No estaba totalmente seguro sobre su exterminación; como él lo había hecho en aquella oportunidad, cabía la posibilidad, aunque remota, de que alguien encontrara su cuerpo y lo resucitara.
- ¿Cómo fue?- Preguntó, interrumpiendo a Rafael.
- Como fue ¿Qué?- Contestó este, aunque sabía que era lo que quería saber el muchacho.
- ¿Cómo fue que terminaron al infame?- Dijo Alonso sin más rodeos.
El hombre se tomó su tiempo para contestar, si bien no sentía remordimiento alguno por haber acabado con Flair, no estaba seguro si los detalles de cómo lo hicieron, fuera algo agradable de escuchar. Finalmente, apiadándose de la curiosidad y la ansiedad del muchacho, comenzó el relato:
- Lo encontramos a los cinco días de haber partido. Había seguido el curso del río en dirección al Tajo. Fue de noche, llegamos a él atraídos por la gran fogata que había hecho. Cuando lo vimos, bailaba como borracho dando vueltas alrededor de ella, iluminado por las rojizas y serpenteantes llamas. Parecía un duende del averno. La oscuridad fue nuestra aliada para poder acercarnos sin que nos viera y, la estridencia de sus gritos, para que no nos escuchara.-
Mientras contaba la historia, miraba fijamente la pequeña flama de la lámpara que iluminaba la cocina, como si no la estuviera viendo a ella, sino a las imágenes de lo que estaba relatando.
-Lo atrapamos fácilmente.- Continuó.- Cuando lo hicimos repitió su actuación anterior. Suplicó, gritó, lloró, blasfemó y, por último, ante la impotencia de no tener escapatoria, nos maldijo.-
Hizo una pausa durante la que miró el piso, luego levantó la cabeza y prosiguió:
- Lo colgamos nuevamente, pero esta vez del cuello. No lo bajamos hasta mucho tiempo después de su último estertor.-
Alonso volvió a conmoverse, sin todavía lograr aceptar lo irremediable de todo lo sucedido. Se preguntó ¿Por qué lo habrá resucitado Tiago? ¿Cómo no pude evitar lo sucedido?
Rafael continuó con su relato.
- Le atamos unas rocas y lo arrojamos a las aguas, no merecía la tierra ser abonada con aquel estiércol. Exiguo alimento para los peces.- Concluyó.
El contenido de lo narrado fue tan sobrecogedor, que la cocina quedó totalmente en silencio. Todos permanecieron un rato reflexivos y callados.
Al rato, como quien giraba la página de un libro para empezar un nuevo capítulo, el padre preguntó:
- ¿Qué ha pasado durante mi ausencia por aquí?-
La pregunta hizo que, de a poco, se fueran alejando los malos ánimos, por lo que los jóvenes comenzaron a hacer, cronológicamente, un relato de los triviales sucesos que les tocó vivir. Hablaron de la recuperación de Alonso y de los trabajos realizados. Ninguno, por precaución, mencionó lo de Aurora y Manuel. Finalmente el relato los llevó hasta el día en que los nobles les hicieran la visita.
La niña describió a aquellos hombres, le contó el trato realizado y, finalmente, le dio las monedas a su padre. Estas últimas le generaron una gran alegría a Rafael.
Fue el argandeño quien, sin conocer el temperamento del hombre, contó lo sucedido a partir de la impertinencia del desaseado Nicasio, pasado de copas, y la reacción de Manuel.
Rafael montó en cólera. Quiso salir de inmediato a perseguir a aquellos hombres, para vengar la honra de su hija.
Entre los tres muchachos, contándole acerca de las disculpas de Simón y minimizando la situación, lograron calmarlo lo necesario, como para que se quedara en el lugar, pero no lo suficiente como para que no perseverara en su enojo. Exaltado por los celos dijo:
- Quien se atreva a tocar a mi niña, no vivirá más ni noches, ni días.-
A Manuel, tragando saliva, se le subieron rapidamente los colores. La muchacha, más tranquila, le dirigió una mirada picaresca, desde sus ojos color mar, y Alonso se rascó la cabeza, tratando de planificar como se resolvería la situación.
El clima de la reunión había desmejorado y el cansancio aumentado. Los dos hermanos se fueron a dormir. Como si aquella decisión hubiera sido un mensaje, todos los demás decidieron hacer lo mismo.
La luna, dibujada en el firmamento, los vio retirarse a sus aposentos y permaneció de guardia en las alturas, hasta que unos densos y cada vez más numerosos nubarrones, la fueron borrando lentamente.

jueves, 23 de junio de 2011

Capítulo XXXIV


Esa mañana los sonidos que hizo Manuel, deambulando por la habitación, se anticiparon al de los pájaros. Era tan temprano, que el sol estaría todavía acomodándose para su salida a escena.
-¿Qué sucede?- Preguntó Alonso despertándose.
- Es la mañana ya, hay mucho que hacer en este día.- Le dijo el grandote, con un entusiasmo que no había mostrado en días anteriores.
El muchacho se sentó en el catre, esperando que se le despertaran las partes que aún no lo habían hecho. Manuel se le acercó y le quitó los vendajes, de la cabeza y del cuello, sin encontrar resistencia.
- No deberás usar más esto.- Le dijo.- Ya podrás aparecer curado, parecerá algo extraño pero no mágico.-
Recobrando totalmente su consciencia y sin darle mayor importancia a la apariencia de su recuperación, le preguntó:
- ¿Qué sucedió anoche?-
Manuel lo tomó de los hombros y le contestó:
- Hice lo que me aconsejaste, le conté toda la verdad. Ella entendió ¡Fue maravilloso! Estuvimos conversando mucho tiempo y…- Tuvo que hacer una pausa para tragar saliva, los ojos, aún en la oscuridad de la habitación, le brillaron chispeantes.- Le juré amor eterno. Y ella lo hizo también.-
Alonso lo escuchaba totalmente regocijado, disfrutando de la felicidad de su nuevo amigo.
- ¡La besé! ¡La besé!- Exclamó luego, dando unas volteretas a los saltos como un niño.- ¡Gracias! ¡Gracias, amigo!- Completó y volvió a encerrarlo en un abrazo, todavía más fuerte que el del día anterior.
- ¡Ja, ja! Cálmate hombre. Me alegro por ti.- Le expresó Alonso.
- Lo único que intenta nublar mi felicidad, es saber que en unos días deberemos partir y no la veré por mucho tiempo.- Dijo Manuel, algo apesadumbrado, sin olvidar la misión que debía cumplir.
- Superarás esos momentos de soledad.- Le contestó Alonso, con la sabiduría que su experiencia con Juana le había proporcionado.- Su recuerdo te acompañará a donde vayas y te habrá de guiar de regreso algún día.-
Bienaventurado quien tiene adonde regresar, porque no deberá vivir siempre partiendo, pensó.
Luego de un rato de conversación, salieron de la habitación. Los tímidos rayos del sol atravesaban, casi horizontalmente, las pocas hojas secas que aún pendían de las ramas de los robles.
Cuando llegaron a la cocina, la niña ya había preparado los alimentos y servido la mesa. Ella también había madrugado más que lo que acostumbraba. Los saludó con una amplia y hermosa sonrisa.
- Le he contado.- Dijo Manuel.
La muchacha se sentó junto a Alonso y tomándole las dos manos, las cuales este había posado sobre la tabla, con las suyas, le dijo:
-¡Gracias!- Dijo ella y, sin manifestar nada más, le dio un cariñoso beso en la frente.
Esta vez quien se sonrojó fue él.
Los jóvenes desayunaron en un ambiente casi festivo. Aunque hacía poco tiempo que habían entablado una relación de amistad, se sentían como si se conocieran de toda la vida.
Sigo sembrando añoranzas, pensó Alonso, consciente de su pronta partida.
Manuel y Aurora no disimulaban sus sentimientos mutuos delante del muchacho, ni falta hacía que lo hicieran. Él se sentía feliz por lo que ellos estaban viviendo aunque, a veces, lo invadía la melancolía de extrañar a su amada y, otras, la amargura de sentir lo mismo por Tiago.
Con el estómago lleno y la mañana entrada en su madurez, los dos jóvenes salieron a enfrentar el frío, para realizar las tareas diarias que el mantenimiento de la casa reclamaba.
Así comenzó una rutina que se repetiría durante varios días. Los muchachos trabajaban en diversas labores y, durante los momentos de descanso, recibían las delicadas atenciones de la niña. En las noches se transformó en algo habitual, que Alonso se retirara a la habitación temprano y Manuel lo hiciera en horas más avanzadas. El muchacho no lograba entender como resistía el guardián el diario trajín, con tan pocas horas de sueño.
Ocasionalmente se veían pasar por el sendero, no muy lejos de allí, algunos viajeros. La presencia de la alcantarilla convertía a aquel en un sitio de paso, casi obligado, para todos aquellos que debían cruzar el Guajaraz.
A los seis días de estar en el lugar, la tranquilidad del mismo le había generado algo de paz al espíritu de Alonso. Pero esa serenidad se vio un día interrumpida, por un grupo de visitantes.
Era bastante entrada la tarde cuando cinco jinetes se acercaron a la casa. Vestían como caballeros de alguna orden, con sus cotas de malla, su yelmo, un escudo sobre su espalda sostenido por una bandolera de cuero y una imponente espada, pendiendo del lado izquierdo de su cintura. Lo que los alejaba de la imagen de aquellos, era la desuniformidad en los colores de sus prendas.
A cambio de algunas monedas solicitaron alimentos para ellos y sus cabalgaduras. Consultada la niña por Alonso, acerca de la propuesta, ella aceptó. Un poco porque no eran abundantes los ingresos del hogar y otro porque quizás no fuera conveniente negarse. Los jóvenes se ocuparon de los animales y Aurora se avocó a las tareas que le demandaba la cocina. Cuando la noche cayó, todos se encontraron en la mesa. De los visitantes solo uno, quien parecía tener la voz de mando, era el que entablaba alguna conversación con los jóvenes. A estos les pareció conveniente mantener una actitud parca y poco participativa. El hombre se presentó como Lorenzo Rodríguez, dijo ser escudero del hidalgo Nuño González.
El vino, con el que la joven regó la cena, fue soltando la lengua del escudero y de alguno de los vasallos. Particularmente la de uno al que llamaban Nicasio, cuya densa y desagradable barba, iba acuñando reliquias de los bocados que probaba. Con cada vez mayor desinhibición hablaron, entre otras cosas, de una correspondencia para Don Nunno, como ellos le decían, que llevaban de su hijo Juan, hacia Granada. Cuando lo consideraban atinado, no escatimaban críticas, ni insultos para “el sabio”, a quien hacían responsable de la rebelión.
Manuel se sintió cada vez más molesto con la actitud de los invitados, Alonso percibió ello, por lo que en un momento lo llamó aparte y le dijo:
- Estamos en inferioridad en número y sin armas, deberemos ser lo más prudentes que podamos para no entablar una disputa ¿Entiendes?-
- Si.- Contestó el grandote.- Aunque hay cosas que no se si podría tolerar.-
De regreso a la cocina sucedió lo que no tenía que acontecer. A Nicasio, no solo se le había aligerado la lengua, sino que había perdido la vergüenza. Con sus toscos y percudidos dedos tocó el cabello de Aurora y dijo:
- Tan dorados bucles decorarían muy bien mi cama.-
Manuel se sonrojó como nunca y, sintiendo unos calores que le recorrieron el cuerpo desde la punta de los pies hasta la cima de la nuca, se abalanzó sobre el descortés hombre. Alonso intentó detenerlo pero no pudo, la fuerza del muchachón incrementada por el enojo, era descomunal. Otro hombre, uno que había permanecido callado hasta ese momento, llamado Simón, se interpuso entre él y Nicasio y le dijo:
- No creo que sea convenientes que nos ataques, ni justo que lo hagamos nosotros contra un valiente desarmado. Perdona al hombre y a su conducta, indigna de un noble.-
Manuel, ante la justa reacción del escudero, se calmó. Al grosero barbudo, las palabras de su compañero, le devolvieron la vergüenza y se quedó, apichonado y en silencio, sobre el escaño donde estaba sentado. Rodríguez observó toda la escena sin decir nada. Estos hechos apresuraron el final de la velada y, al poco rato, todos se durmieron, los jóvenes en la casa y los hombres en las afueras.
A la mañana siguiente los huéspedes partieron y, el escudero, pagando las monedas convenidas, prometió, sin aclarar mucho el tema, que habría un castigo por lo ocurrido la noche anterior.
Los días siguientes volvieron a sucederse con la paz acostumbrada, el recuerdo de la visita de los caballeros, quedó como una anécdota risueña que los jóvenes disfrutaron de rememorar en reiteradas ocasiones.
Tanto Alonso como la niña, estaban siempre a la expectativa de los transeúntes. La primera porque extrañaba la presencia de su padre y, el segundo, porque deseaba tener noticias sobre el destino sufrido por el enano. Manuel permanecía casi indiferente a ello.
Una tarde, a la hora en que el sol comenzaba a esconder su naranja redondez detrás de la espalda del horizonte, en la que Alonso se encontraba hachando unos troncos; hacia la dirección donde estaba la alcantarilla, vio como se acercaba un grupo de hombres. Deteniendo estos su andar, se mantuvieron agrupados por unos instantes para, luego, separarse. Tres de ellos se dirigieron hacia la casa. Uno venía por delante dando pasos cada vez más veloces. El segundo llevaba sobre sus hombros un cuerpo, algo pequeño, totalmente inmóvil.
Alonso supo que no era el único que estaba observando la escena, cuando Aurora pasó corriendo hacia ellos gritando:
- ¡Padre! ¡Padre!-
Al llegar al encuentro del viajero que venía a la vanguardia, quien también había empezado a correr cuando escuchó los gritos, la niña se estrechó en un abrazo con él.
Rafael había regresado.

miércoles, 22 de junio de 2011

Capítulo XXXIII


El clima durante el almuerzo fue muy distinto al que se había vivido en el desayuno. La muchacha había servido en la mesa de la cocina, garbanzos, nabos, col, un trozo de cerdo hervido, pan y vino, como si se tratara de un día de festejo. Alonso siguió relatando hechos de su vida, habida cuenta del interés que sus compañeros habían sentido durante el comienzo de la mañana, sobre ellos. Pero gradualmente, la atención de estos hacia él fue declinando, hasta terminar convirtiéndose en un mero espectador de los diálogos entre Aurora y Manuel.
Los jóvenes se gastaban bromas que, ahora, festejaban ambos y se hacían preguntas interesándose el uno por el otro.
Ver que su intervención estaba dando sus frutos, llenó de alegría y satisfacción al argandeño a pesar de que, cada tanto, le acudían los dolores de sus pérdidas y sus ausencias personales, por lo que valoró aún más ese momento de dicha.
Con una total consciencia de que estaba de más en esa reunión, apenas terminó de alimentarse, dijo:
- Iré a recostarme un rato, me siento muy cansado.-
Se levantó del banco y abandonó la cocina. Luego de caminar unos metros, volvió sobre sus pasos para ratificar lo que había sucedido al marcharse. Desde la puerta de la sala vio que la pareja continuaba conversando y bromeando, sin haberse dado cuenta de su ausencia y, menos aún, de su regreso. Volvió a emprender el camino hacia la habitación con una sonrisa en los labios.
Si por esto no me he ganado el cielo, nunca habré de hacerlo con nada, pensó.
Se acostó en el catre y logró dormir un rato, con la levedad que amerita la siesta. Cuando se despertó, los sentimientos de preocupación y tristeza lo habían conquistado nuevamente. Y el odio, no podía sacar de su cabeza la imagen del enano asesino. Quizás saber que Rafael y sus hombres habrían terminado con él, lo libraría de aquella horrenda visión.
Se puso de pie y decidió ir a visitar la tarde para despejarse un poco. La pureza del aire de afuera lo refrescó, renovándole los ánimos un poco. No vio a sus amigos por los alrededores de la casa, por lo menos hasta donde su vista podía escudriñar. Se dirigió a la cocina donde los encontró. Seguían dialogando abstraídos del mundo.
Recién notaron su presencia cuando se paró al lado de la mesa.
- ¿Quieres comer algo?- Preguntó Aurora algo despistada, olvidando que el muchacho había almorzado con ellos.
- No, gracias.- Contestó él, con la discreción suficiente como para no avergonzar a la muchacha con alguna aclaración.
Manuel, quien tenía la felicidad dibujada en su cara, se puso de pie, resignándose a que el hermoso momento que había vivido llegara a su fin, pero con la alegría de saber que viviría otros iguales.
- Los animales deben estar sedientos y con hambre.- Dijo. –Iré a ocuparme de ellos.-
- Si quieres puedo ayudarte con eso, ya me siento mucho mejor.- Manifestó Alonso con ansias de que alguna actividad le evitara el tedio de fingir reposar.
El guardián aceptó la propuesta y ambos salieron de la cocina. Se dividieron las actividades, Manuel comenzó a transportar heno, desde una parva cercana a los corrales, mientras que el muchacho, con un cubo de madera, llevaba agua del pozo a los bebederos.
Al rato ambos terminaron las tareas y coincidieron en el corral.
- Es… Es hermosa. No solo es hermosa, es maravillosa.- Le dijo Manuel totalmente entusiasmado.
- ¡Cálmate!- Contestó Alonso sonriendo.
- No se que le has hecho a la niña.- Continuó el guardián.- Se que no la has hechizado porque no existe ninguno para el amor hacia otro. No se que le has hecho.- Repitió.
- No he hecho nada.- Dijo el muchacho.
Simplemente aceleré lo que tarde o temprano iba a suceder, pensó.
El corpulento joven estrechó a su nuevo amigo en un exagerado abrazo, el cual le hizo exhalar, violentamente, todo el aire de sus pulmones.
- Si lo has hecho ¡Gracias! ¡Gracias, amigo!- Le dijo.
La muchacha observó la escena desde la puerta de la cocina y, con el enojo repentinamente retratado en su cara, regresó nuevamente adentro de ella.
Terminada la atención a los animales, Manuel, notando que el volumen de la parva estaba sensiblemente reducido, le comentó a su compañero:
- Debemos traer más heno, vi un buen pastizal cerca del río.-
Su compañero entendió la sugerencia, sin que debiera ser más explícita, por lo que ambos se dirigieron hacia aquel lugar. Al llegar, el muchachón tomando una vara de sauce le dijo a Alonso:
- Aguárdame, ya regreso.- Y se encaminó hacia las aguas del Guajaraz.
Desde cierta distancia el joven, escuchó que su compañero sentenciaba repetidamente: Pezare ret.
¡No! Pensó, preparándose para resignarse a lo que iba a suceder. Comeré otra vez pescado, se dijo.
Manuel volvió con varias piezas, con cara de satisfacción.
Luego los dos jóvenes marcharon hasta los pastizales. Segaron una buena cantidad de ellos y los transportaron hasta la parva que descansaba cerca de los corrales.
Trabajaron durante toda la tarde hasta que la noche, cada vez más cercano el invierno, volvía a apresurarse en llegar.
Regresaron a la casa, después de lavarse las manos y la cara con el agua helada del pozo, y se dirigieron a la cocina, dando por hecho que allí los esperaría Aurora con algo con que alimentarse.
Cuando se instalaron junto a la mesa, la actitud de la niña había cambiado completamente. A las preguntas que le hacían los jóvenes, respondía con respuestas breves y cortantes. Manuel miró a Alonso, levantando las cejas, intentando preguntarle con mímica que estaba sucediendo. Este solo atinó a levantar los hombros en señal de desconcierto.
La joven les sirvió, con desgano, algunos alimentos hasta que, sin lograr reprimirse más, les dijo:
- ¿Van a comer separados o abrazados?-
La pregunta les brindó a ellos una pista acerca de lo que le estaba sucediendo. Había visto el abrazo que el grandote le dio a Alonso.
¿Quién sabe que elucubración esté gestando en su mente? Pensó este último, mientras disimulaba una sonrisa.
La conducta de Manuel fue distinta, fiel a su reacción cromática, su rostro se ruborizó.
La niña tomó un caldero pequeño que pendía de un gancho en la pared y se fue a buscar agua al pozo. Al quedarse los dos muchachos a solas, tuvieron la posibilidad de conversar acerca de lo que estaba ocurriendo.
- ¿Qué le pasa?- Preguntó extrañado Manuel.
- No se.- Contestó Alonso.- Supongo que ha interpretado erróneamente lo que vio.-
- ¿Qué debo hacer?- Interrogó el muchachón con algo de desesperación.
- Dile la verdad.- Le respondió su amigo.
- ¿Cuál verdad?- Continuó consultando el guardián.
- La verdad sobre lo que ha sucedido.- Explicó Alonso.- Dile que yo he hablado contigo y que te conté su confesión acerca del amor que ella siente por ti y que, a la vez, sabes que le he dicho sobre el tenor de tus sentimientos hacia ella.
- ¿Le has contado eso?- Dijo enojándose Manuel.
- Si.- Confesó tranquilamente el joven.- Cuéntale todo, dile la verdad. Verás que el asunto se aclarará y, además, lo que estarás diciéndole no será otra cosa que una declaración de amor.
Manuel iba a contestarle algo, pero en ese mismo instante regresó Aurora, y las palabras por decir, se le quedaron atrancadas en el nudo que los nervios habían hecho en su garganta.
La cena transcurrió en un silencio casi absoluto.
Alonso comió apresuradamente y, despidiéndose de sus compañeros de mesa, se retiró del lugar. Recorrió, en la ya casi madura oscuridad de la noche, el frío que separaba la cocina del retrete y luego el que lo hacía desde este a la habitación.
Se acostó y trató de conciliar el sueño, lo que le dio mucho trabajo, por lo que estuvo mucho tiempo imbuido en sus pensamientos, los cuales trazaban planes o evocaban recuerdos. Durante el tiempo que estuvo despierto, Manuel no apareció en la habitación.
Es una buena señal, pensó.
Cuando finalmente se quedó dormido, todavía estuvo en soledad un largo rato.

lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo XXXII


Los pájaros, con sus trinos, despertaron a Alonso como si se estuvieran desahogando de que el amanecer lo había hecho con ellos, apenas un rato antes. El muchacho abrió los ojos y se quedó un momento acostado, mirando como el vapor que exhalaba por la boca, se transformaba en una voluta de humo blanco, que ascendía un poco hasta desaparecer. Se sentó y estiró sus brazos con fuerza, cerrando los puños, como prólogo para los movimientos que haría después. Miró hacia un rincón y vio que Manuel aún seguía durmiendo, indiferente a la claridad y al frío.
Se puso de pie y se acomodó un poco el sayo y los vendajes. Necesitaba salir a evacuar. Abrió la puerta y la luz del sol, aunque tímida todavía, lo encegueció un instante, hacía varios días que no la veía directamente.
Al salir se encontró frente a frente con Aurora y casi chocan.
- ¡Ops! Veo que estás mejor.- Dijo esta, sin siquiera asombrarse por la rápida recuperación del muchacho.
- Si, bastante mejor.- Contestó Alonso, fingiendo debilidad en la voz.
- Debes tener hambre.- Dijo la niña.- Hace tres días que no comes nada. Iré a traer algo.-
El muchacho le hizo un gesto de aceptación e intentó seguir su camino, para hacer lo que su cuerpo le pedía. La joven parecía querer impedírselo, poniéndose delante de él ante cada intento de esquivarla.
- ¿Qué prefieres?- Preguntó la niña.
- Cualquier cosa estará bien.- Contestó él.
- Hay leche y frutas secas.- Continuó Aurora.- Pan y mantequilla. Naranjas también.
- Debo ir al necesario.- Interrumpió, sincerándose, Alonso.
La muchacha, sonrojándose un poco por su torpeza, se apartó hacia un costado y le contestó:
- Es por allá, detrás de los corrales.-
Alonso agradeció y se dirigió hacia el lugar con tanta prisa, que no sintió el frío de la escarcha, a la cual hacía crujir bajo sus pies. Cuando regresó a la habitación, volvió a cruzarse con la joven que, mientras salía de ella, exclamaba:
- Lograría tolerar a un glotón, pero nunca a un holgazán.- Y se alejó hacia la cocina rezongando.
Al entrar vio a Manuel que, sentado sobre la almadraqueta, meneaba la cabeza de un lado al otro.
- ¿Qué sucedió?- Interrogó Alonso.
- Esta niña.- Contestó el guardián.- Está loca. Me despertó dándome puntapiés en los tobillos “¡Qué ya es hora! ¡Qué ya es hora!” Me decía. Pobre quien vaya a ser, algún día, su marido.-
Alonso no pudo evitar reírse, sabía que estaba presenciando el génesis de un amorío y disfrutaba de eso.
- Es que los pájaros se han despertado mucho antes que tú.- Dijo tratando de justificar a la muchacha.
- ¿De dónde vienes?- Preguntó Manuel, ahora totalmente desperezado.
- Fui al necesario.- Contestó el muchacho.- Tenía cosas pendientes con él desde hace un tiempo.-
- Yo también las tengo, amigo. Ahora regreso.- Dijo el guardián.
Cuando salió de la habitación se cruzó con Aurora. Se esquivaron ignorándose el uno al otro. La muchacha no discriminó a nadie con su cara de fastidió, depositó varios alimentos sobre la mesa, sin siquiera dirigirle la palabra a Alonso.
Cuando Manuel regresó, los tres se sentaron a desayunar lo que la niña había servido: pan, mantequilla, frutas secas, algunos huevos y leche.
Comieron en silencio, la muchacha y el guardián con cierto grado de tensión y, el otro joven, disfrutando de la situación.
El mutismo fue roto por la niña a quien le costaba mucho esfuerzo permanecer callada. Comenzó a interrogar a Alonso acerca de su historia. El joven, accediendo, hizo una crónica de ella, omitiendo lo que no era aconsejable que contase. Nada mencionó sobre las razones que lo hicieron huir de Toledo, ni de los sucesos relacionados con los hechizos. Extrañamente, tampoco contó sobre su relación con Juana.
Manuel y la niña escucharon, como si se tratara de un cuento, los relatos de su nuevo amigo. Aurora lo observaba sin quitarle la vista de encima.
Esto le resultó molesto a los celos del guardián. Tanto así fue que, en un momento, dirigiéndose a ella, interrumpió:
- Tu padre me ha pedido que cuidara la casa. Creo que es hora de hacerlo. Empezaré por ir a recoger leña, he visto que queda muy poca en la pila.-
- Iré contigo y te ayudaré.- Dijo Alonso, desenfocándose de su relato y olvidándose que debería estar débil.
- ¡No!- Exclamó la niña.- No creo que en tu estado sea conveniente que lo hagas.-
Manuel sintió desagrado por la idea de que la muchacha se quedara a solas, en la casa, con Alonso, pero en pos de la simulación que debían realizar, para ocultar sus secretos, dijo con resignación:
- La niña tiene razón, conviene que sigas guardando reposo.-
A la joven no le gustó que el corpulento muchacho la tratara de niña y, a Alonso, el hecho de tener que pasar otro día de hastío encerrado dentro de la habitación. Aunque entendió también, que debía seguir fingiendo cierto estado de fragilidad.
- Bien, me quedaré aquí.- Dijo.
El guardián se retiró para cumplir la tarea que había mencionado y la muchacha hizo lo propio, llevándose los restos de la comida que habían quedado sobre la mesa. Alonso volvió a acostarse y, mirando el techo, se puso a reflexionar sobe algunos de los inconvenientes que debería superar en las próximas jornadas. Uno de ellos era el dinero, el enano se había llevado sus posesiones y las de Tiago, entre las que se encontraban algunos alfonsíes que le serían de utilidad en los viajes por venir. Esto y algunos otros pensamientos más, lo mantuvieron entretenido por un buen rato. Pero el aburrimiento lo invadió nuevamente. El sol había trepado bastante en el cielo desde el momento en que lo había visto más temprano y la escarcha, se había escondido entre la humedad del suelo.
No podría hacerme mal una mañana como esta, pensó, no estaría dejando de fingir si salgo un poco.
Abandonó la habitación y se detuvo a observar los distintos amarillos y rojos con que el otoño había decorado las plantas. A lo lejos, en la cima de una loma, vio a Manuel luchando con un hacha, contra unos troncos de roble que estaban en el suelo. No divisó a la muchacha por los alrededores. Se dirigió a la cocina y allí la halló.
- ¿Qué haces aquí?- Le dijo ella al verlo.- Te puede hacer mal no reposar.-
El muchacho entró y se sentó en un largo banco al lado de la mesa.
- Más mal me hará el aburrimiento si me quedo todo el día acostado.- Contestó
- Puede que así sea.- Dijo la niña y agregó:- ¿No has visto al muchachón? Necesito unos maderos para el fuego.-
- Lo he visto en el bosquecillo de robles, lidiando con unos troncos, no creo que tarde mucho en regresar.-
Aurora cortaba algunas verduras que arrojaba, una vez hecho eso, al caldero. Dándole la espalda a Alonso le dijo:
- No se que tiene ese hombre en mi contra.-
- ¿Por qué piensas eso?- Preguntó el Joven.
- ¿No lo has visto? Se fastidia cada vez que me ve y no deja de hacer cosas que me hagan enojar.-
- ¿No crees que tu le haces lo mismo a él?- Dijo el muchacho con una sonrisa en la cara.
- ¿Yo? No.- Contestó la niña con seriedad.- Es él el quien me hace enojar.-
El joven le pidió a la niña que se sentara a su lado, ella dejó el cuchillo y lo hizo, refregándose las manos en un lienzo que llevaba atado a su cintura.
Bajando el volumen de su voz, como si hubiera alguien en las cercanías que no debiera escuchar lo que iba a decir, tomó a la muchacha del brazo y le dijo:
- Mira niña, esto que voy a contarte es un secreto y debe quedar entre tú y yo ¿Puedo confiar en ti?-
- Si.- Contestó tímida e intrigadamente Aurora.
- Ese hombre que partió a buscar leña.- Dijo y luego hizo una pausa para darle más expectativa a su relato.- Ese hombre está muerto de amor por ti.-
- ¿Tu crees?- Interpeló la niña sorprendida. – No bromees conmigo.- Acotó dando una prueba de que le interesaba el tema.
- Me lo ha dicho.- Contestó el argandeño, sabiendo que la traición que estaba cometiendo tenía un noble objetivo.
- Pues, pobrecito de él.- Comentó la joven con altanería, al tiempo que intentó ponerse de pie.
Alonso la retuvo tomándole con más firmeza el brazo y le dijo:
- ¡Pobrecita tú! También estás enamorada de él.-
- Yo… No.- Intentó negar la muchacha.
- ¡Tú si!- Exclamó Alonso con seguridad. Luego, hablándole con suavidad continuó- Si sigues con tu postura orgullosa quizás nunca lo tengas. Dentro de unos días deberemos partir, si no deja algo que algún día lo haga volver aquí, tal vez encuentre algo que lo retenga, en otro lado, y nunca regrese.-
La niña bajó la cabeza y, con cierta congoja, preguntó:
- ¿Estás seguro de que me ama?-
- Tanto como se nota que tú lo quieres a él- Contestó.
- Si lo amo.- Confesó, humildemente, la muchacha -¿Qué debo hacer?-
Alonso dejó de tomarle el brazo y le acarició suavemente la mejilla humedecida por algunas lágrimas.
- Trátalo amablemente y deja todo en mis manos.- Le dijo.
Aurora sonrió con ternura y agradecimiento, le generaba una gran confianza su nuevo amigo.
- ¿Tú tienes mujer que te espere?- Interrogó luego.
A Alonso se le iluminó la mirada cuando contestó que si.
- Cuéntame.- Dijo la niña.
Al muchacho no le costó ningún esfuerzo hacerlo, pensar en Juana era lo más parecido que podía sentir, al placer de estar con ella.
Le contó acerca de las noches toledanas en las que la escuchaba cantar desde su ventana. Sobre los momentos juntos al lado del telar. Le relató acerca de los paseos por la orilla del Tajo, incluso la graciosa tarde en que Guillermo tuvo que soportar la presencia de Osenda.
La muchacha lo miraba embelezada por el relato mientras Alonso, le hablaba con la mirada tierna que el amor a su Juana le provocaba.
Tan concentrados estaban, el uno y el otro a su manera, en la historia que no percibieron que Manuel había regresado y los observaba desde la puerta. Cuando la niña notó su presencia le dijo amablemente:
- ¿Has vuelto? Debes estar cansado ¿Quieres algo para comer?-
Al muchacho esto le pareció una burla que, sumada al sentimiento que le generó ver a la parejita conversando, hizo que apenas pudiera disimular su ofuscación. La cara se le tiñó de rojo y no echó humo por las orejas, porque le resultaba humanamente imposible. Dio media vuelta, con el hacha en la mano, y alejándose por el patio, fue hasta donde había depositado los troncos que acababa de traer. Se puso a cortarlos en trozos más pequeños, con mayor energía de la que la acción requería.
-¿Ves?- Le dijo la niña a Alonso.
- Yo te ayudaré.- Contestó posándole la mano en el hombro. Esperó un rato en la cocina y, cuando el joven se encontraba acomodando los pequeños trozos de leña, se acercó hacia él.
- Con tanta cantidad de maderos habrá fogata durante varios días.- Le dijo para iniciar una conversación.
El muchachón sin responder nada, siguió acomodando los trozos prolijamente, ignorando la presencia de su compañero.
Alonso, ante el evidente malestar del muchacho, decidió no darle más vueltas a asunto e ir directamente al grano.
- ¿Qué te sucede, amigo?- Le preguntó.
- ¿Y tú lo preguntas?- Contestó ofuscado. – Te he confesado mis sentimientos hacia la niña y en la primer mañana que te dejo a solas con ella, al regresar, te encuentro seduciéndola.
Alonso lanzó una leve carcajada.
- No amigo, estás equivocado.- Le dijo.
- ¿Me crees tonto?- Increpó el guardián.
- Tonto no, pero estás ciego. Ella te ama- Le dijo el joven, sonriendo.
- No te burles de mí.- Respondió aún más enojado, Manuel.- Ella no me soporta, me lo demuestra constantemente, se enoja conmigo y se mofa de mí.-
- Estás equivocado.- Dijo Alonso, ahora seriamente.- Ella te ama.-
El muchacho, sorprendido, dejó caer los leños que tenía en la mano.
-¿Qué dices?- Le dijo tomándolo por los antebrazos.
- Ella te ama, me lo ha dicho hace un rato.- Contestó el joven, cometiendo la segunda traición del día, la cual neutralizaba a ambas.
Con una sonrisa en su boca, pero algo incrédulo todavía, Manuel preguntó.
- ¿No mientes?-
- No miento, amigo mío, es algo muy serio como para hacerlo. Está loca de amor por ti.-
El guardián, sin dejar de aferrar a Alonso, lo miró un instante, alternativamente a un ojo y al otro, en silencio, hasta que le dijo:
- ¿Qué debo hacer?-
- Cambia tu actitud hacia ella, se más amable. Yo te ayudaré.-
El muchacho, luciendo una anchísima sonrisa, le dio un par de golpes desmedidos, en los hombros.
- ¡Auch!- Exclamó Alonso.- recuerda que estoy convaleciente.-
Ambos se sonrieron con complicidad.
La conversación fue interrumpida de golpe. La muchacha, asomándose por la puerta de la cocina, los llamó para que fueran a comer.

sábado, 18 de junio de 2011

Capítulo XXXI


Manuel agradeció los alimentos, se sentó a la mesa a comer y saboreó, con mucho placer el pan recién horneado. Muy pocas comidas le parecían más deliciosas que aquel y la hogaza que estaba comiendo, en especial, estaba exquisita. Tiene buena mano la rubia, pensó.
Igualmente, con desfachatez, dijo solo para hacer enojar a la niña:
- ¿Este es un desayuno muy tardío o uno muy temprano?-
La pregunta logró su objetivo, Aurora, con un tono de enfado total, contestó:
- El menú era pollo y arroz, pero alguno de la piara se lo acabó.-
El muchacho se sintió tocado y reiteró su frecuente sonrojo.
A Alonso le causó gracia la situación. Aurora le colocó un paño frío en la frente, para bajarle la fiebre que no tenía. Esto al muchacho lo sorprendió y le molestó, a tal extremo que casi estuvo a punto de abandonar la actuación. La noche estaba poblada de frío y las paredes, de adobe y madera, poca protección brindaban contra él. Lo único que evitó que el joven rechazara los cuidados, fue una caricia que la muchacha le hizo en la mejilla derecha, con una gran suavidad, lo que le provocó un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo.
Desde el rincón donde estaba la mesa, Manuel observaba la escena, con el enfado que provocan los celos juveniles.
-Dormiré en el suelo.- Le dijo a la niña, solo para interrumpir.
La muchacha giró la cabeza, lo observó con resignación y diciendo: - El señor se va a la cama y el bruto a la tierra arada.- Volvió a retirarse de la habitación, para regresar luego, con una delgada almadraqueta, la cual ofreció al guardián.
- Esto te ayudará un poco.- Le dijo.
Manuel bajó la cabeza, un poco avergonzado por su falta de refinamiento, pero inmediatamente y sin inmutarse, preguntó:
- ¿Habrá más leche y pan?-
Aurora no podía creer lo que escuchaba. Tamaña glotonería, pensó. Igualmente se alejó nuevamente para cumplir el pedido, no sin antes emitir otra frase:
- Más hondo el fondo, más largo el tonel.-
Esta vez, al muchacho, el comentario le generó una sonrisa. Es menos vergonzante pedir para otro, que para uno mismo.
La muchacha retornó por última vez en la noche, posó los alimentos sobre la mesa y, casi sin despedirse, se retiró a dormir.
Después de que ella había salido, Manuel entreabrió la puerta para comprobar que la niña, realmente, se hubiera alejado. Así fue, cuando la cerró nuevamente, le dijo a Alonso:
- Puedes levantarte, la muchacha no está.-
Como si su panza no hubiera rebosado de arroz y de pollo apenas unas horas antes, el argandeño hizo desaparecer, rapidamente, tanto el líquido, como el pan y la mantequilla. Manuel lo miró azorado, nunca había visto tanta voracidad. Después frunció el seño algo preocupado. Él, ante el juicio de Aurora, sería el glotón. Pensando una estrategia que lo librara de dicha acusación, le dijo a su compañero:
- Mañana ya podrás mostrarte de pie, podrás estar recuperado.-
- ¿No será demasiado pronto para ello? Preguntó Alonso.- Podría generar sospechas.-
- ¿Qué sabe esa tontuela niña acerca de recuperaciones? Tan rubio es su cabello, como corta su entendedera.- Dijo Manuel con suficiencia y algo de interés en proteger su prestigio.
- Si tú lo dices.- Contestó el muchacho con una sonrisa, provocada por su conocimiento acerca de lo que le estaba sucediendo al guardián.
Ya sea porque había saciado su apetito o porque ya no quedaba nada que ingerir, Alonso dejó de comer. Manuel acomodó, prolijamente, la colchoneta en el suelo, se acostó sobre ella y se tapó con una gruesa manta de lana.
- Voy a dormir hasta la mañana.- Dijo bostezando.
- Que descanses.- Respondió Alonso.- Haré lo mismo.- Y volvió a tenderse en el catre.
Apagó la lámpara y cerró sus ojos. Luego de eso tuvo que volver a cerrarlos varias veces, mas se resistían a no estar abiertos. Había pasado todo el día acostado y el sueño, que debería estar visitándolo por ser de noche, todavía estaba en algún lugar lejano.
Al rato, cansado de su tediosa vigilia, preguntó:
- Manuel ¿Estás despierto?-
El silencio fue todo lo que recibió como respuesta, lo que no dejó de ser, a la vez, una bendición, su compañero no roncaba.
Yacer sin dormir induce a pensar, recordar e imaginar. Esto es lo que Alonso hizo.
Se visualizó regresando a la posada de Ximénez, donde lo esperaba Juana. La vio más bella que nunca, la tomó de la mano y juntos bajaron por las empedradas calles de Toledo, hasta llegar a las recurrentes aguas del Tajo. En la arena de la pequeña playa la abrazó y la besó. Su imaginación era tan vívida, que sintió los síntomas de esa situación en todo su cuerpo.
No puedo seguir con esto acá, pensó.
Lo dulce y lo trágico comparten viviendas de paredes muy delgadas en la imaginación. Abandonando los sueños con su muchacha, en su cabeza, la imagen de Tiago cobró vida. Lo vio enojado, sonriente o vigoroso, alternativamente. Recordó cuando se transfiguró en el espigado muchacho de la posada, para protegerlo.
Como un velo helado que nubló toda imagen agradable de su mentor, rememoró como el infame enano lo atacó. La ira y las lágrimas volvieron a invadirlo.
Exhaló aire bruscamente, con la boca casi cerrada, lo que hizo que se le inflaran los cachetes.
Para evitar dolorosos pensamientos comenzó a planificar las misiones que debería cumplir. Ir hacia el sur, a buscar a la familia de Tiago, si ocurría que Rafael regresaba habiendo terminado con el enano, le demandaría diez días de viaje. Quizás más, no conocía el camino, solo sabía que deberían saltear algunos escollos, como cruzar el Guadiana. Manuel sabrá como hacerlo, pensó.
¿Cómo le daría a la mujer de su amigo la noticia? Ensayó algunas frases, hasta que desistió de hacerlo. En el momento indicado se me ocurrirá lo apropiado, reflexionó.
Las arenas de San Pedro ¿Cómo las hallaría? De Úbeda hasta allí serían unos quince días de caminata, tal vez más, veinte.
¿Si regreso a Toledo y le pido a Guillermo el talavero que me guíe? No me desviaría mucho y podría ver a mi Juana, también. Pensó.
Un buen rato estuvo inmerso en esos delirios conscientes. Recordó los libros que estaba traduciendo en la escuela antes de su huída, a los frailes y el olor de la tinta, a Averroes y al convento. Entre idas y venidas de sus pensamientos, los cuales, mayormente, se detenían en Juana, el sueño llegó, finalmente, y sus párpados cedieron.

viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo XXX


Alonso miró a su nuevo compañero con mucho asombro.
- ¿”El libro”?- Preguntó- ¿Cómo pudo haberte comunicado algo “Él”? ¿Has leído eso cuando lo encontraste?-
- No. Contestó Manuel.- Te contaré. Pero antes espera, iré a cerciorarme que la niña no ande por aquí.-
Con la firmeza de un soldado que se encamina hacia una victoria segura, se retiró de la habitación dejando a Alonso sin posibilidades de decirle nada. Una vez en el patio, recorrió el lugar con su vista en busca de la áurea cabellera de la moza. No la halló ni cerca de los corrales, ni del pozo. Se asomó por la puerta abierta de la habitación contigua a la del muchacho y tampoco la encontró allí. Finalmente, en el siguiente recinto, la cocina, divisó la belleza de Aurora. Lejos de estar descansando, con sus manos metidas dentro de una artesa, amasaba afanadamente un bollo para hacer pan.
Sin que ella lo advirtiera, el joven se quedó un rato mirando extasiado, la respingada naricita del perfil de la muchacha y todo lo que a ella decoraba.
Tendrá para un largo rato, pensó luego.
Regresó a la habitación donde yacía Alonso, cerró la puerta y se sentó junto al joven, en un escaño al lado del catre.
- Estará ocupada por bastante tiempo.- Le dijo.- No creo que aparezca por aquí, podemos hablar libremente. -
- ¡Cuéntame!- Exclamó, impaciente, Alonso.
Manuel dudó unos instantes, como no pudiendo encontrar la manera de empezar su relato, hasta que finalmente lo hizo:
- Hace unos meses sentí un fuerte impulso interior, que me impelió a escribir “el libro”. No podía pensar en nada más, ese era mi único deseo en aquel momento. Conseguí todo lo necesario para hacerlo y comencé a trabajar en ello.-
Alonso lo escuchaba atentamente. Supongo que eso, alguna vez, me sucederá a mí. Pensó.
- Al principio.- Prosiguió el guardián.- Me costó mucho recordar los hechizos tal cual los había leído aquella vez en la casa de Hakan, en las cercanías de Granada.-
- ¿Quién es Hakan?- Interrogó Alonso.
- Es el dueño de la casa donde encontré el libro, el padre de Morayna, la niña que rescate… Ya te contaré eso.- Dijo Manuel tratando de no perder el hilo del relato inicial.- Pero poco tiempo después de empezar a escribir, las palabras que debía plasmar en Él, se atropellaban en mi mente y empujaban la pluma con velocidad y fluidez. No paraba de escribir. Hojas y hojas manuscritas se acumulaban en una pila, para luego ser encuadernadas. Por las noches me encontraba tan agotado que, muchas veces, me acostaba sin haber comido nada. Una de ellas, en la que apenas lograba distinguir lo que escribía, bajo la tenue luz de una lámpara, mi puño comenzó a redactar oraciones que no eran dictadas por mis pensamientos. Estuve escribiendo de esa manera durante un buen lapso de tiempo, hasta que desfallecí. Me quedé dormido sobre la mesa.-
A esta altura del relato, la curiosidad de Alonso había alcanzado su punto más alto.- Continúa.- Le dijo impaciente.
- Si no interrumpes…- Contestó Manuel con algo de fastidio.- A la siguiente mañana no recordaba nada de lo último que me había sucedido en la noche anterior. No entendía porque el amanecer, no me había sorprendido durmiendo en el catre, como todos los días. Como fuera, me desperecé y comencé mi rutina matinal. Ordeñé la cabra, le di de comer y beber al ganado, y luego me alimenté, con la leche y una hogaza de pan.-
A esta altura del relato, su compañero, era el que ahora estaba un poco fastidioso por la demasía de los detalles.- Sigue.- Le dijo.
- Estoy siguiendo.- Contestó enojado Manuel. – Si tú me dejaras hacerlo…-
- Sigue.- Repitió, sin pensar, Alonso.
- Cuando volví al libro, para retomar su escritura, leí lo último que en él había redactado, para poder ordenar mis pensamientos. Lo que observé me resultó muy extraño. Si bien la caligrafía era indudablemente la mía, no reconocía haber compuesto las frases que allí había.
- ¿Qué decían?- Preguntó el muchacho, con una ansiedad abrumadora.
Manuel lo miró con ambas cejas levantadas y, armándose de paciencia, continuó:
- Eran órdenes.- Hizo una pausa que resultó mucho más larga para Alonso que para él.- Ordenes para una misión. Mejor dicho, para dos misiones.-
- ¿Cuáles?- Se escuchó.
Resignado a ser víctima de numerosas interrupciones y decidido a ignorarlas, el joven prosiguió relatando, casi literalmente, lo que en “el libro” encontró escrito:
- Hay escondidos dos ejemplares huérfanos de guardianes, abandonados y descuidados. Con los hechizos a merced de que ojos equivocados los lean y bocas inconvenientes los lancen. Deberás encontrar al primero de ellos y destruirlo, y también, deberás hallar al otro guardián y darle las instrucciones para que destruya al segundo. El ejemplar que tú deberás buscar se encuentra en el sur, en Benaoján, dentro de una cueva con pileta.-
- ¡Benaoján!- Exclamó Alonso con preocupación.- Es territorio Musulmán, es peligroso ¿Cómo podrías hallarlo sin que te ataquen?-
- No te preocupes, amigo.- Respondió Manuel.- Conozco la manera de vagar por esas tierras sin peligro. Ya te contaré sobre eso.-
El muchacho hizo un gesto enfurruñado, el guardián a medida que le develaba misterios, le generaba más incertidumbre, al plantearle otros nuevos.
Manuel se quedó observando fijamente el piso, luego levantó la cabeza y, mirando a su compañero le dijo:
- “El libro” proseguía: el ejemplar que debe hallar el otro, se encuentra en el norte, en las arenas de San Pedro, en las tierras de Talavera, en las cuevas del águila.-
¿Cuevas del águila? Se preguntó Alonso, nunca he escuchado sobre ellas. Ni Guillermo el Talavero las ha mencionado. Pensó.
- ¿Qué más?- Le dijo a su compañero.
- Eso es todo.- Contestó este.- Una vez que terminé de leer el mensaje, las palabras desaparecieron delante de mis ojos, por lo que debí concentrarme para memorizarlas. Durante los días siguientes continué escribiendo “el libro”, manteniéndome alerta ante cualquier señal que alguien me mostrara, que me permitiera reconocer que era el otro. Cuando llegué a este lugar y te encontré, tuve algunas dudas, pero en mi interior tenia el firme convencimiento de que lo eras.
- ¿Qué hiciste con “el libro”? Preguntó Alonso.
- Ya lo he escondido, he encontrado el lugar adecuado para hacerlo.- Respondió.
- Dichoso tú por ello.- Dijo el joven con cierta envidia.- Yo no he empezado a escribirlo aún.-
- Ya te llegará la hora ¿Cuándo partirás?- Continuó Manuel.
- En pocos días.- Respondió el muchacho.- No antes de que regrese Rafael.-
- ¿Y si no regresa nunca? Interrogó el guardián, generándole una alternativa que el muchacho había evaluado, pero que deseaba que no sucediese.
- Esperaré hasta diez días.- Respondió después de haber pensado un poco.- Luego me iré a darle caza al enano con mis manos.-
Ambos jóvenes se quedaron en silencio durante un buen rato, hasta que el mutismo fue roto por Manuel:
- Supongo que las misiones deberían ser cumplidas lo más rápido posible, mientras más tiempo permanezcan “los libros” abandonados, más probabilidades hay de que caigan en manos equivocadas.
- Lo se.- Contestó Alonso.- Si embargo hay otra misión que debo cumplir también. Una que nadie me ha encomendado pero que debo ejecutar.
- ¿Qué misión?- Pregunto el guardián, siendo él ahora el impaciente.
Alonso se quedó pensativo por un instante. El tenor de estos pensamientos, fue la fuente de unas contenidas lágrimas, que apenas lograron enturbiar su mirada.
- El anciano que hallaron junto conmigo.- Dijo con un nudo en la garganta.- Al que había asesinado el maldito Flair, era un guardián.- Y bajando la cabeza continuó.- Fue mi maestro, mi iniciador.
A Manuel, al escuchar lo que su compañero relataba, la congoja le fue aumentando adentro suyo, también. Conocía la relación de unión y camaradería que se gestaba entre un nuevo guardián y su iniciador, por lo que entendió la magnitud de la perdida sufrida por su compañero.
-Había dejado su casa y su familia para encontrarme.- Prosiguió Alonso.- Ya nunca volverá con ellos. Pero lo están esperando y no puedo dejar que lo sigan haciendo, que sigan sufriendo. Debo ir a contarles la tristeza de lo sucedido.- Concluyó.
Sin poder reprimirse más, comenzó a sollozar como a veces lo hacen los hombres.
Manuel le posó su mano sobre el hombro con empatía y le preguntó:
- ¿Dónde se hallan?-
- En la comarca de la torre de Don Pero Xil.- Contestó.- Cercano a Úbeda, por la zona de las cañadas.
- Eso queda hacia el sur, hacia donde debo ir.- Dijo el guardián.- Podremos compartir parte del viaje.
Alonso, secándose las lágrimas con las palmas de sus manos, asintió con la cabeza.
La conversación había sido extensa y las tardes del otoño avanzado, suelen encarcelar al sol prematuramente, por lo que, sin que se hubieran dado cuenta, la noche casi había llegado.
Los dos jóvenes escucharon el rechinar de los goznes de la puerta, la muchacha estaba entrando a la habitación. Alonso, que había tenido el buen tino de quedarse en el catre, recostó su torso violentamente. Manuel simuló acomodarle los vendajes.
- Ha empeorado.- Dijo Aurora cuando se acercó al herido.
Su comentario no estuvo del todo equivocado, las huellas de la angustia habían desmejorado la apariencia de Alonso.
- Es normal - Dijo Manuel y con un descaro total preguntó-¿No hay algo para comer?-
La niña volvió a mirarlo con enojo y se retiró de la habitación hacia la cocina. Al rato regresó con pan recién horneado, mantequilla y leche tibia.

miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo XXIX


La rubia muchacha tardó bastante en regresar con la comida. Durante ese tiempo, Rafael se dedicó a contarle a Manuel, los planes que tenían para la cacería del infame enano.
- Seremos menos esta vez.- Comentó en un momento. – Ramiro, su hijo y Rodrigo se marcharon a trashumar.- Hizo una pausa en su relato.- Igualmente hallaremos al maldito.- Remató.
Alonso, simulando que dormía, tragó saliva y sintió un escozor, generado por el odio y la impotencia, que le provocaba la sola mención de Flair. Deseaba, en lo más profundo de su ser, que la misión de Rafael y sus compañeros tuviera éxito, por lo que decidió que permanecería en el lugar, hasta que estos regresaran y se enterara del resultado de la búsqueda. Si no hallaban al enano, sería él quien lo buscaría hasta los confines de la tierra, si fuese necesario, se prometió.
El diálogo y los pensamientos fueron interrumpidos por Aurora, quien ingresó con un caldero humeante, al que depositó sobre la mesa.
El olor de la comida aumentó el hambre que sentía Alonso. Hacía más de dos días que no ingería ningún alimento. Si hubiera estado dolorido por causa de las heridas, el apetito habría sido uno de los males menores que estaría sufriendo, pero se sentía saludable y enérgico. Su estomago rezongó con unos suaves sonidos guturales, que solamente podrían calmarse si el muchacho accedía a la fuente del olor. Sintió un repentino impulso de ponerse de pie, pero una invocación al sentido común lo hizo quedarse inmóvil.
Los dos hombres, apostados junto a la mesa, habiendo esperado lo suficiente como para que la comida se entibiase, comieron, utilizando hábilmente las yemas de los dedos de la mano izquierda, el arroz que la muchacha había preparado, al que combinaron con los mordiscos que les daban a sendas presas de pollo, sostenidas en sus manos derechas.
Aurora, con una escudilla de caldo tibio, se acercó al catre e irguió, con algo de esfuerzo, un poco el torso de Alonso para alimentarlo, acomodando delicadamente un pequeño almandraque, para que sostuviera su espalda.
- ¡Ten cuidado! Dijo Manuel.- Aliméntalo despacio.-
- No soy hombre para tener brutalidad y torpeza.- Contestó la niña con altanería.
El muchacho se sonrojó ¿Por qué me habrá dicho eso? Pensó.
Rafael, con la boca sonriente y desbordante de pollo y arroz, le pegó un manotazo cómplice en el antebrazo. Esto, Manuel, lo comprendió menos aún.
Alonso, con los ojos forzadamente entrecerrados, bebió de a sorbos el caldo, hasta la última gota.
Poca cosa para mi vacío vientre, se dijo en silencio.
La joven se dirigió hacia la mesa, se sentó y también comió, aunque mucho más frugalmente que sus dos compañeros.
Manuel observaba, periódicamente, al yaciente muchacho. En un momento en que Rafael y su hija estaban entretenidos conversando, Alonso, abriendo sus ojos casi con una redondez perfecta, miró al otro guardián y se señaló su panza. El muchacho le contestó haciendo un gesto, disimulado y afirmativo, con la cabeza. Cuando consideró que el almuerzo había concluido dijo:
- ¡Por favor! Déjenme solo con él, debo hacerle otras curaciones.-
- ¿Por qué no podemos quedarnos? – Le preguntó desafiantemente la Joven.
- Porque… Porque… Porque me pongo nervioso si me están observando y no logro realizar bien mis labores.- Contestó ocurrentemente el guardián.
Al parecer el argumento fue convincente. Apenas padre e hija abandonaron la habitación, Alonso, con decisión y presteza, abandonó el catre y se dirigió hacia la mesa con un solo objetivo en mente, el caldero.
Sus dos días de ayuno no dejaron casi nada en él, apenas unos huesos de pollo, desnudos y raídos.
- ¡Cálmate!- Dijo Manuel.- ¿Cómo hará tanta comida para caber adentro tuyo?-
El joven, de tan lleno que estaba, no pudo ni contestarle.
Con el hambre saciada, ambos acordaron en que debían continuar la puesta en escena. Alonso se retiró al catre, se acostó sobre el jergón y, Manuel, convidó a pasar, nuevamente, a los dueños de casa. Vertió agua del aguamanil a la palangana y se lavó, de las manos, los supuestos restos que de la curación habían quedado en ellas.
Cuando Aurora descubrió que el caldero estaba vacío, miró al guardián con enojo. Había planeado que sobrara guiso para comerlo más tarde, cuando anocheciera.
- ¡Vaya que sacias tu apetito mientras curas!- Exclamó Rafael.- Más conviene obsequiarte una cota de malla que alimentarte.-
El muchacho volvió a sonrojarse y emitió una risita nerviosa.
La niña se acercó hasta Alonso para palparle la temperatura en la frente. Cerca de la comisura de sus labios, vio que tenía un rechoncho y amarillo grano de arroz.
¡Qué raro! Habrá estado en el caldo. Pensó.
Se lo quitó de un certero golpecito con la uña de su dedo mayor. Volvió a pensar en la comida que no había sobrado y miró a Manuel, con el ceño fruncido y los labios formando una pequeña trompa. El guardián nunca advirtió ese gesto.
- Ya debemos partir.- Dijo seriamente Rafael.- La alimaña sigue suelta.-
Después de decir esto, realizó los últimos preparativos para el viaje, en los que le ayudo su hija. Se proveyó de una bolsa en la que introdujo algunos abrigos y alimentos. También tomó un hacha y una larga lanza de madera de olmo. Luego de darle un afectuoso abrazo a su niña, se paró frente a Manuel, pidiéndole:
- ¡Cuida la cabaña! ¡Cuida al enfermo! Pero sobre todo ¡Cuida a mi pequeña!-
- Ve en paz, así lo haré.- Prometió el guardián.
Cuando el hombre salió de su hogar, ya lo estaban esperando los demás integrantes de la partida. No eran pocos. Rodearon el corral de ramas de sauce y comenzaron a alejarse.
La pareja de jóvenes los observaron dirigiéndose hacia la alcantarilla. Rafael volteó la cabeza, para echarle una última mirada a su hija, y esta lo saludó dulcemente, con la palma de su mano. Manuel la miró embelezado; la niña era un encanto.
Cuando giraron para entrar nuevamente a la cabaña, ella lo miró con cara de enojada y le dijo:
- ¿Y ahora qué? ¿Habrá que sacrificar un becerro cada día, para alimentarte?-
El muchacho volvió a sonrojarse, por tercera vez, y la siguió hacia el interior de la habitación sin poder emitir palabra alguna, como si hubiera vuelto el mal que lo había aquejado poco más de dos años atrás.
Alonso, al ver que la puerta se abría, apoyó rapidamente su cabeza en el camastro y cerró sus ojos.
¿Cuánto más podré aguantar el tedio de esta parodia? Pensó.
La muchacha se sentó a su lado y, apoyándole suavemente la mano en la frente, lo observó durante un buen rato.
- Es bello.- Dijo.
Manuel, sentado en el mismo escaño donde lo había hecho para comer, dijo bastante molesto:
- Ya está mejor. Ahora debemos dejarlo tranquilo por un tiempo.
La niña, como respuesta, le brindó una mirada seria desde sus verdes ojos. A Alonso le causó gracia la situación y apenas si pudo evitar sonreír.
- Ya dirá él si lo molesto.- Dijo la niña y, poniéndose de pie, continuó.- Voy a descansar un rato. Vigílalo tú, que sabes hacerlo sin molestar.-
Manuel no atinó a contestar. Miró con la boca tontamente entreabierta, como se retiraba la delicada figura de la muchacha.
- Estás enamorándote, Amigo.- Dijo sonriente Alonso, una vez que Aurora se hubo retirado.
Al guardián, otra vez, el borra vino claro le invadió las mejillas.
- No me soporta.- Dijo.
- Yo creo lo contrario.- Contestó Alonso.
- ¿Por qué crees eso?- Preguntó inocentemente el muchacho, inepto en cuestiones de mujeres.
- Luego hablaremos de ello.- Contestó el del catre.- ¿A qué te referías con eso de que debías encontrar a “el otro”? ¿Quién te ha contado acerca de que me hallarías?-
Manuel clavó la vista en el piso, su mente alternaba pensamientos acerca de la niña y de la misión que debía cumplir, levantó lentamente la cabeza y, mirando fijamente a su colega, le dijo:
- “El libro”.-

sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo XXVIII


Algo repentino e intenso le hizo abrir bruscamente los ojos, pero no pudo ver nada más que un brillo blanco que todo lo eclipsaba. Al mismo tiempo, sintió como si por sus venas corriera aceite hirviendo. El dolor no alcanzó a hacerle dar un grito, ya que, un poco antes de que eso se produjera, este disminuyó rapidamente hasta desaparecer. La luminosidad que había invadido su mirada también se fue, por lo que, finalmente, comenzó a distinguir los objetos que lo rodeaban y, entre ellos, la silueta de un hombre.
Cuando su visión estuvo completamente compuesta, pudo distinguir, definidamente, al muchacho que se hallaba frente a él. Era alto y corpulento, sus cabellos negros, finos y cortos. Su cara estaba sembrada de numerosas y tenues pecas, y su mirada transmitía bondad. En su cuello, una notoria cicatriz, no disimulaba una antigua herida.
- Ya ha pasado todo.- Dijo.
Alonso, extrañamente recuperado, se sentó en el catre y, sin comprender aún lo que le había sucedido, se palpó las partes de su cuerpo, que habían estado heridas tan solo un minuto atrás. Primero se tocó la mejilla, la sintió lisa y tersa como la había conocido desde siempre; lo mismo le sucedió con el cuello. De la herida del pecho solo quedaban las manchas de pus y de sangre de su camisa.
- ¿Qué ha pasado?- Preguntó- ¿Qué ha…?- En ese instante se detuvo. Cayó en la cuenta de la única explicación que podía existir, acerca de lo que había sucedido ¡Magia! Pensó -¿Me has lanzado un hechizo?- Preguntó en una forma más afirmativa que interrogativa.
El muchacho, que continuaba de pie frente a él, se sintió repentinamente incómodo.
- ¿Te encuentras bien?- Preguntó, tratando de evadir explicación alguna.
- ¡Me has lanzado un hechizo!- Exclamó Alonso con una firme convicción - ¿Qué eres?- Lo interrogó.
El desconocido joven, casi sin pensar, giró y comenzó a caminar dirigiéndose hacia la puerta diciendo:
- Debo retirarme, regresar a mi hogar. Muchas tareas me esperan.
Alonso dio un salto desde el catre, con una rapidez y una energía difíciles de imaginar un rato antes y se atravesó, entre el muchacho y la salida, impidiéndole el paso.
- ¿Quién eres?- Lo interrogó con firmeza.
El otro joven lo miró confundido, sin emitir ninguna palabra. Entonces, Alonso sintió que para confirmar lo que estaba sospechando en ese momento, debía asumir un riesgo. Algo en su interior le dictó que debía sacrificar prudencia por veracidad.
- ¿Eres un guardián?- Preguntó con timidez.
El muchacho se quedó un instante pensativo y, rapidamente, se le ocurrió una pregunta.
- ¿Un guardián de qué?
- De los de Akunarsche.- Respondió, eclepticamente, para tener la posibilidad de inventar cualquier explicación alternativa, en caso de que lo que intuía no fuera cierto.
El desconocido lanzó un suspiro y recuperó su tranquilidad. Posó su mano, amistosamente, sobre el hombro de Alonso y le dijo:
- Si, lo soy ¿Tu eres el otro?-
- ¿Qué otro?- Contestó también aliviado el recién recuperado.
- El otro guardián.- Respondió el desconocido.- El que yo debía encontrar. Te he hallado finalmente.-
Había sido muy grande el riesgo que habían corrido ambos al develar sus secretos.
Quien sabe que habría sucedido si no hubiese sido otro guardián, pensó Alonso, algo preocupado por lo que nunca ocurrió.
- Debes explicarme de que se trata todo esto.- le dijo.
- Si.- Contestó el extraño.- Vayamos a sentarnos.-
Lo hicieron en sendos bancos, que se hallaban junto a una mesa en una esquina de la habitación.
- Mi nombre es Manuel, como te he dicho soy un guardián ¿Tu también lo eres, no?- Dijo con un último sesgo de temor y duda.
- Si lo soy, me llamo Alonso.- Contestó.
Ambos jóvenes se miraron y sonrieron con complicidad. Ahora podían estar tranquilos el uno con el otro.
- Yo debía encontrarte.- Comenzó a relatar Manuel.- Y no sabía ni como, ni donde ¿Cómo hallar a otro guardián sin asumir riesgos? Cuando ayer vinieron a buscarme y me contaron acerca de ti, no se porque sentí que era la oportunidad de encontrar a quien estaba buscando, por eso llegué hasta aquí casi corriendo.
Alonso lo escuchaba con extrema atención, quería saber de que se trataba todo esto.
- ¿Para qué?- Interrumpió.
- Ten paciencia, ya te diré.- Contestó Manuel.- Tendremos varios días aquí para hablar.
- ¿Varios días?- Dijo Alonso sorprendido.- Ya me siento bien, podría irme ahora mismo.
- ¿Saldrías caminando por esa puerta y te irías de la aldea?- Preguntó ironicamente Manuel ¿Y cómo explicaría yo tu recuperación, sin mencionar a la magia?
Alonso fijó su mirada en la puerta y luego de un instante de reflexión dijo:
- Tienes razón.-
- Deberemos hacer esto bien, amigo.- Continuó Manuel.- Tendremos que ocultar que ya no tienes heridas y deberás simular debilidad, dolor y una gradual recuperación.
Alonso asintió con la cabeza y, presa de su ansiedad, preguntó:
- ¿Para qué debías hallarme?-
- Ya te contaré sobre eso, no te impacientes.- Respondió Manuel.- Ahora deberías volver al catre y taparte totalmente por si alguien entra, yo iré a buscar algunas cosas necesarias para preparar nuestro engaño. Regresaré pronto.-
Dicho eso el muchacho esperó a que Alonso se acostara y se retiró, por la misma puerta por la que había ingresado.
El joven, en la soledad de la habitación, se quedó pensativo mirando el techo. Se sentía aliviado por no sufrir los dolores que lo habían aquejado tan solo unos minutos atrás, pero aún mantenía la opresión en el pecho, que le generaba el dolor de haber perdido a su amigo y conocido el odio.
Tanto odio, nunca había sentido su corazón bondadoso uno semejante.
Sería capaz de matarlo si lo tuviera frente a mí, se dijo, pensando en el enano.
Estuvo Alonso, inmerso en sus pensamientos y sus sufrimientos, hasta que regresó Manuel.
- Tengo todo.- Dijo luego de cerrar la puerta.
Con tanto empeño como torpeza, cortó en trozos un lienzo de lino, que había traído para fabricar varias tiras anchas y, envolviendo la cabeza de Alonso con ellas, le realizó un vendaje que ocultaba la ausencia de su herida. Hizo lo mismo en el cuello y en el pecho.
- Por mi parte está todo hecho.- Dijo.- Ahora dependemos de tu capacidad para actuar.-
- Y de la tuya.- Contestó Alonso algo desafiante.- Haré lo mejor que pueda.-
- Debo dejar entrar a Rafael y a su hija.- Dijo Manuel.- Recién, cuando salí de aquí, casi no pude evitar que no lo hicieran. Están preocupados por ti.-
- Está bien.- Contestó el muchacho acostado.- Se han portado con mucha bondad conmigo, sería injusto hacerlos sufrir.-
- Qué así sea.- Contestó el otro guardián y, poniéndose de pie, se dirigió hacia la puerta.
Cuando la niña y su padre entraron a la habitación y vieron al muchacho que, aún yaciente en el lecho y con los ojos cerrados, lucía un mejor semblante, ambos sonrieron.
-¿Qué le has hecho?- Preguntó Rafael.- Ha mejorado.
- Algo mejor se encuentra.- Contestó, disimulando, Manuel.- Le he limpiado las heridas y aplicado algunos ungüentos.-
Alonso lanzó unos quejidos de dolor muy bien interpretados.
- El tiempo lo sanará mejor que yo.- Dijo el guardián.- Me quedaré unos días para brindarle las atenciones que lo ayuden a hacerlo.-
- Me tranquilizará que estés en mi hogar.- Dijo Rafael.- Esta tarde saldremos nuevamente en grupos, para darle caza al condenado enano. No debe estar tan lejos y ahora sabemos por que lugares anduvo.-
Alonso, con sus ojos cerrados, recordó el momento en que flair hirió a su anciano amigo y vertió unas lágrimas de dolor e impotencia, que no se pudo secar, Las delicadas manos de la niña si lo hicieron.
- Aurora, prepara algo para comer.- Ordenó el padre.
La niña se puso de pie y se dirigió hacia otro cuarto de la cabaña. Los hombres se quedaron a solas. Aprovechando que la joven no estaba, Rafael hizo una pregunta cuya respuesta podría haber sido muy dura.
- ¿Crees que se salvará?
Manuel debió concentrarse un poco para contestar y, luego, dijo:
- Estoy seguro que sí. Es joven, fuerte y la fiebre parece haber cedido un poco.
Así era, el último paño que la muchacha había quitado de la frente de Alonso, cuando apenas habían regresado a la habitación, estaba casi tan frío como su reemplazo.
El muchacho, desde el catre, observó la escena del diálogo, con solamente un ojo a medio abrir.

viernes, 10 de junio de 2011

Capítulo XXVII


Lo primero que sintió fue un paño húmedo que mojaba sus labios. Después, poco a poco, logró abrir sus ojos. La luz que volvía a ver Alonso no era la del sol; la emitía, tímidamente, una lámpara de aceite, el olor la delataba. Eso fue una bendición para ellos, habían estado cerrados por más de dos días y no habrían soportado un potente resplandor.
Cuando logró enfocar correctamente sus pupilas, notó que estaba en una habitación, humilde, pero habitación al fin. Junto a él, sentada, había una niña tan rubia como el oro, que no tendría más de quince años. Era quien le estaba dando de libar, cuidadosamente, el agua del trapo. La visión de ella lo hizo sentir mejor.
La belleza siempre es regocijante, pensó.
A medida que recuperaba su consciencia comenzó a sentir otras cosas; aunque estaba cubierto con unas mantas de lana, tenía frío y no podía dejar de tiritar. La muchacha le posó el paño húmedo en su frente y, girando la cabeza, dijo:
- Padre, ha despertado.-
Prontamente apareció, a los pies del catre donde estaba el muchacho, un hombre alto, con el cutis ajado por el sol, cubierto en parte por una densa barba.
-¿Has regresado?- Dijo este- ¿Cómo te sientes?-
La pregunta fue bastante tonta ¿Qué podría contestar Alonso? Estaba muy mal, débil, sentía un ardor extremo tanto en su cuello, como en su mejilla, y un dolor que, en un costado de su pecho, latía más que el propio corazón.
- ¿Qué te ha pasado, muchacho?- Preguntó el hombretón.
Alonso intentó hablar, pero le costó mucho trabajo hacerlo, al mover la boca el ardor de su mejilla se intensificó. Haciendo un gigantesco esfuerzo pudo decir:
- Nos atacaron.-
La niña le volvió a poner el paño húmedo, al cual le había renovado su frescura, sobre su frente.
El hombre le sonrió piadosamente y le dijo:
- De ello no me cabe ninguna duda. Puedes estar tranquilo ahora, estás a salvo aquí. Mi nombre es Rafael y ella es mi hija Aurora. Estás a salvo aquí.- Repitió.
Alonso volvió a cerrar sus ojos, le costaba mucho mantenerse despierto. Sentía que sus fuerzas disminuían minuto tras minuto. Rafael se daba cuenta de eso, por lo que continuó diciendo:
- Tu estado es tan delicado que no sabemos bien como cuidarte. Cerca de aquí, en la ladera del monte, a medio día de viaje, vive un hombre que entiende de sanaciones. He enviado por él ayer, cuando llegue podrá hacer algo por ti.
El muchacho lo escuchaba con los ojos cerrados. De tanto en tanto, una punzada en la herida del pecho le hacía emitir un quejido y llevar, instintivamente, la mano hacia ella. Cuando esto ocurría, la muchacha lo tomaba de la muñeca, con suavidad, y se la quitaba de allí.
- ¿Tiago?- Susurró el herido.
- ¿Qué?- Preguntó Rafael.
- ¿Tiago?- Logró decir un poco más fuerte el muchacho.
- ¿El anciano?- Interrogó el hombretón, interpretando lo que quería saber su interlocutor.
El joven asintió con la cabeza.
- Leee…- Titubeó un poco el barbudo, consciente de que la noticia que estaba por dar no era agradable.- Le… Nada pudimos hacer por él.- Hizo una pausa, miró a su hija como para encontrar cierto apoyo que le diera ánimo para continuar lo que debía decir, y luego siguió.- Le hemos dado correcta sepultura. Cuando llegamos hasta ustedes, ya estaba muerto.-
Al muchacho, aún con la debilidad que lo invadía, lograron desprendérsele varias lágrimas. Tiago, su amigo, se había ido para siempre.
Rafael y la niña se sintieron compungidos ante la imagen del muchacho. El hombre vio como la sensibilidad de Aurora le hacía también lagrimear. Para mitigar el dolor del joven, distrayéndolo, continuó:
- La noche anterior al día que te encontramos, habíamos visto el resplandor de una fogata por la zona de la alcantarilla y decidimos que, al día siguiente, iríamos a investigar de que se trataba, hemos sufrido algunos ataques por aquí. Cuando llegamos al lugar te encontramos malherido y te trajimos hasta acá.-
La muchacha seguía con atención el relato de se padre, pero no dejaba de prestársela, también, al herido. Cambió el paño caliente de la frente de este y lo reemplazó por otro humedecido con agua fresca.
El muchacho la miró agradecido y, a pesar de sus heridas y el dolor, sintió algo de placer al hacerlo. Era bellísima, como su amada.
¿Podré volver a estar con Juana? Pensó, lo que le generó más pesadumbre y humedeció aún más sus ojos.
- ¿Quiénes los atacaron?- Preguntó intrigado el hombretón.
- Un, un… Enano- Contestó con muchísimo esfuerzo Alonso.
- ¿Un enano?- Preguntó exaltado Rafael- ¿Un juglar?-
Alonso quedó sorprendido, como sabría eso, se preguntó y le respondió afirmativamente, más con el movimiento de la cabeza que con su voz.
-¡Flair!- Exclamó el hombre -¿Sigue viva esa lacra?-
El joven volvió a afirmar.
- Apareció, no hace mucho tiempo, por aquí.- Relató alterado.- Hambriento y con aspecto de abandono. Al principio nos generó piedad, luego alegría. Sus humoradas nos parecían graciosas y, por las noches, nos entretenía con su laúd. No es frecuente que escuchemos música. Al cabo de unos días se había ganado nuestra confianza.-
Al hombre se le produjo un nudo en la garganta, que le hizo interrumpir su relato. Cuando pudo tragar saliva, logró continuar:
- Una mañana, al despertarnos, descubrimos que había desaparecido. Pensamos que habría salido de paseo por los alrededores, por lo que no nos preocupamos demasiado, pero cerca del mediodía descubrimos a Bartolomé, en su cabaña, asesinado, junto a su mujer y a su hijita, quien había sido abusada por el engendro.-
Alonso escuchó esto último aterrorizado, pero no dudó de la veracidad del relato. Ya había comprobado la crueldad del enano.
- Más tarde.- Continuó Rafael.- Después de enterrar a los tres, nos reunimos y formamos cuatro grupos para salir a buscar al maldito. Caminamos durante dos días casi sin parar, no nos deteníamos ni por las noches.-
El muchacho escuchaba tan atento que, durante el relato, casi no sentía los dolores. Nunca creí que mi corazón podría sentir tanto odio por alguien, como el que le tengo a ese enano, pensó.
- Una mañana lo encontramos.- Prosiguió el buen hombre.- Lo hallamos dormido y lo atrapamos. Lloró, se contorsionó, negó las acusaciones y suplicó por su vida. Pero no nos podíamos apiadar de aquella víbora.-
Rafael detuvo su relato, bajó la vista, cerró sus puños con fuerza y, totalmente encrespado, gritó:
- ¡Maldita alimaña! ¡Sigue vivo!- Unas lágrimas de impotencia le enturbiaron la mirada.- ¡Maldita lacra! Bartolomé era mi hermano.- Dijo sollozando. Luego, un poco más calmado, continuó.- Mañana saldremos a buscarlo nuevamente, no debe haber llegado lejos con sus pequeños y repugnantes pasitos.- Respiró hondo, miró al techo como rogando y sentenció.- ¡Lo hallaremos!-
La niña, también llorando, volvió a cambiar el paño de la frente de Alonso, quien solo se mantenía consciente, por la fuerza que le generaba el interés en la historia que el hombre estaba relatando.
- Supongo que a ustedes también los habrá engañado.- Prosiguió.- No sientas culpa por ello, es muy hábil para hacerlo. La mañana aquella en la que lo atrapamos, decidimos que no merecía que nos mancháramos las manos con su sangre. Arrojé su laúd al río, para hacerlo sufrir alguna pérdida y, luego, lo colgamos de un árbol para que tuviera una merecida y lenta muerte. El resto de la historia creo que la sabes tú mejor que yo.-
Diciendo esto último, se calmó un poco y se sentó en un banco, con su cara apoyada en la palma de sus manos y los codos sobre sus muslos. Estuvo un rato en silencio hasta que volvió a sollozar de impotencia.
Esto fue lo último que Alonso vio, antes de desvanecerse.
Cuando el joven abrió otra vez los ojos, habían pasado varias horas. Esta vez la claridad no provenía de la lámpara, sino del sol. Era de día y la luz lo enceguecía, no lograba enfocar la mirada en objeto alguno y sentía muchísimo frío. Los ardores y el latente dolor punzante les resultaban casi insoportables. Distinguió dos siluetas dentro de la habitación, una grande y una pequeña, y supo, solo por intuición, que se trataban de Rafael y su hija.
- Ahí llegaron.- Logró escuchar.
Una claridad intrusa y repentina, que se filtró a través de la puerta recién abierta, lo encegueció aún más. Apenas si logró distinguir una nueva figura, grande y difuminada, que se paró a los pies del catre donde yacía y a la que escuchó decir:
- ¡Déjenme a solas con él! –
Luego la oscuridad y el silencio invadieron nuevamente sus sentidos.

martes, 7 de junio de 2011

Capítulo XXVI


Cuando Alonso logró abrir los ojos, notó que el sol brillaba con demasiada intensidad como para ser el del amanecer. Algo raro sucedía. Tardó mucho tiempo en sentirse plenamente consciente. Su sueño había sido interrumpido, en algún momento, pero no recordaba nada de ello. A medida que se despabilaba comenzó a sentir un dolor cada vez más intenso, como si hubiese recibido un golpe en su cabeza mientras dormía. Eso parecía empezar a volverse frecuente en su vida.
¿Qué tengo? Pensó. Quiso tocarse la zona dolorida pero algo se lo impidió, sus manos estaban atadas por detrás de su cuerpo. Sus tobillos también lo estaban. Con sogas, las sogas que habían asido a Flair al árbol. Se sacudió tratando de zafarse de las ataduras pero fue inútil, estaban fuertemente hechas.
¿Qué pasa? Se preguntó. Las respuestas a sus dudas no tardarían en llegar.
De pronto, vio que Flair estaba agachado junto a los restos humeantes de la hoguera, tenía un delgado tronco en la mano, con el que removía los últimos rescoldos que quedaban. Al notar los movimientos del muchacho, este habló:
- Veo que uno de los durmientes ha despertado.- Y dando golpecitos en el suelo caliente, con el palo, agregó: - Ahora falta el otro.-
“El otro”, retumbó en la cabeza de Alonso ¡Tiago! Pensó. Recorrió con su mirada todo el lugar hasta que lo divisó. Yacía inmóvil sobre una roca, corriendo la misma suerte que él; sus manos y sus pies también estaban atados.
- ¿Qué haces?- Le peguntó el muchacho al enano.- ¿Qué quieres?-
El enano se irguió hasta la escasa altura que pudo y se acercó hasta él. Puso la punta ardiente del palo que sostenía, amenazadoramente, cerca del rostro de Alonso.
- ¡Quiero saber, carilindo, quiero saber!- Dijo.
El muchacho se echó instintivamente para atrás-
- ¿Saber qué? – Preguntó.
- ¡Quiero saber! ¡Quiero saber!- Gritó infantilmente Flair, mientras daba saltos y giraba sobre su eje.
- ¿Saber qué?- Insistió, gritando, el muchacho.
- ¡Quiero saber!- Volvió a decir el pequeño y lanzó una carcajada en una actitud propia de un orate.
Alonso gritó nuevamente:
- ¿Saber qué? ¡Maldito enano! ¿Qué le has hecho a Tiago?-
- ¡Ahá! Veo que el educado muchacho aprendió a insultar.- Contestó y volvió a lanzar una carcajada. De pronto se puso serio y amenazando al joven con el extremo ardiente del tronco, le preguntó:
- ¿Quiero saber cómo es que lo hacen?-
- ¿De qué hablas?- Replicó Alonso.
- ¿Me crees tonto?- Exclamó Flair.- ¿Crees que no me di cuenta de las magias que ustedes hacen?-
- No se de que me estás hablando.- Respondió el muchacho evasivamente.
El enano acercó más el palo al rostro del joven, este no pudo alejarse de él porque su cabeza estaba ya apoyada en el suelo. El calor comenzó a generarle dolor.
- ¿No sabes?- Dijo el pequeño, ahora con un tono más calmo.- ¿No sabes? Ayer estaba colgando, casi muerto, de un árbol; con mis manos y mis pies destruidos. Llegaron ustedes y desperté, totalmente curado y rebosante de de energía ¿No sabes?- Repitió y acercó un poco más el palo a la cara del joven.
- No entiendo de que me hablas.- Dijo Alonso entre gestos de dolor.- No hicimos nada extraño.- Completó mintiendo, para proteger su secreto.
- ¿No sabes?- Continuó el maléfico pequeño.- Van a pescar sin ningún instrumento para ello y vuelven rapidamente, cargados de piezas. Son incapaces de usar un yesquero ¿Cómo encienden el fuego? ¿No sabes?-
- No hay nada extraño en nosotros.- Prosiguió, ocultando, el muchacho.
Flair, arqueando sus densas cejas en un gesto mezcla de enojo y ensañamiento, apoyó el extremo encendido del madero en la mejilla del muchacho.
- ¡Aaaah! Gritó este completamente dolorido.
- ¿No sabes?- Volvió a repetir con saña el enano.
- No se de que estás hablando ¡Maldito engendro del mal! ¡No se de que hablas!- Gritó Alonso.
- ¿No sabes? ¡Dime cómo lo hacen! ¡Dime de dónde sacan su magia!- Agregó y volvió a quemar las carnes del joven, pero esta vez en el cuello.
Alonso gritó nuevamente por causa del dolor y le lanzó al enano una serie de insultos que ni siquiera él sabía que conocía.
- Veo que tu dolor no te importa ¿Veremos si te importa el ajeno?- Dijo el pequeño.
Fue hasta los restos de la fogata y posó la punta del palo sobre las brasas, que aún permanecían encendidas. Luego se dirigió hacia donde estaba Tiago y, aferrándolo de la túnica, lo arrastró con mucho esfuerzo hasta acercarlo junto al muchacho. Cuando concluyó esa acción, volvió a tomar el palo, cuya punta estaba nuevamente ardiendo.
Alonso observó alarmado a su amigo, lucía muy mal. Tenía un enorme chichón en su frente, del cual emergía un hilo de sangre, y estaba casi inconsciente. El enano nos debe haber pegado con el palo mientras nos encontrábamos dormidos, pensó.
- ¿No sabes?- Dijo Flair repitiendo su muletilla ironicamente -¿No sabes?-
- ¿Qué vas a hacer?- Preguntó Alonso imperativamente.- ¡Déjalo en paz! ¡No le hagas daño!-
- ¿No sabes?- Insistió el pequeño, al tiempo que hundía el extremo del palo en la cara del anciano quien, apenas, atinó a quejarse. - ¿No sabes?- Dijo gritando histericamente -¡Dímelo!
- ¡No le hagas daño!- Pidió Alonso en un tono suplicante y con lágrimas en los ojos.- No le hagas mas daño, por favor.-
- ¡Dímelo!- Reclamó Flair.
El joven, sollozando por el dolor y la impotencia que le generaba ver sufrir, sin poder ayudarlo, a su amigo, persistió en seguir ocultando su secreto.
- Te he dicho que no se de que hablas, no hacemos, ni sabemos hacer nada extraño.-
- ¿No sabes?- Repitió nuevamente el ruin gnomo, mientras lastimaba nuevamente al anciano.
Alonso sin comprender que alguien ejerciera tanta maldad y tanto ensañamiento, volvió a lanzarle una andanada de insultos al atacante.
-¡Maldito tú, carilindo!- Gritó enojado Flair. Se alejó unos metros y se puso a hurgar en la bolsa de Tiago, hasta que halló lo que buscaba, una corta daga que el viejo había usado para limpiar los pescados. Regresó y se paró frente al cuerpo inmóvil del anciano.
- ¿No sabes?- Repitió por última vez mirando al muchacho.
Este le respondió lanzándole un escupitajo que nunca llegó a su destino.
Lleno de ira, el enano hundió la daga en el pecho de Tiago quien, en ese momento, abrió sus ojos con sorpresa.
- ¡Nooooo, maldito engendro del diablo!- Gritó Alonso.
- ¿Vas a decírmelo ahora?- Preguntó Flair.
El joven no respondió, sollozando se arrastró hasta el cuerpo de su amigo y vio como la sangre que fluía desde el pecho de él se llevaba, con ella, su vida.
- Tiago. Amigo.- Dijo y, casi sin pensarlo, para evitar que este sufriera, se dispuso a lanzar el hechizo de sanación.
El anciano, adivinando la intención del muchacho, lo miró fija y piadosamente y le dijo:
- ¡No, no amigo!- Y con unas lágrimas a medio salir de sus ojos, su mirada se apagó para siempre.
El joven giró y, mirando al enano, le dijo en un volumen cada vez más creciente:
- ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Enano del infierno.-
Flair se abalanzó hacia él, con la daga en la mano y lo apuñaló a la altura de las costillas.
Eso fue lo último que el muchacho vio, antes de que su vista se nublara hasta la oscuridad total.