martes, 11 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo IX

La mañana del lunes de Mercedes había empezado a la misma hora que la del juez pero por otro sendero. Ni bien llegó a su domicilio abordó el viejo ascensor que aún lograba escalar el edificio, dando chirridos, y que la dejó frente a la puerta de su departamento, al cual encontró por demás oscuro. Luego de abandonar el equipaje donde había quedado al trasponer la entrada, se desplomó sobre su cama sin quitarse, ni siquiera, el calzado. No iría a trabajar, por un lado porque ya había pedido permiso para faltar, pero si así no hubiera sido, es día se necesitaba totalmente para ella. El sueño, encolumnado en las filas del cansancio, vencieron a la tristeza y la preocupación y finalmente la hizo dormir aplastando una última lágrima entre sus párpados. Su alma, por un rato descansó.
No amanecía, sino que ya era el mediodía cuando se despertó y aunque una oscura pesadumbre la aferraba al colchón, tuvo la voluntad de levantarse y lavarse la modorra bajo la ducha, aunque no sus pensamientos que no dejaban de dolerle. El silencio le resultaba una mala compañía por lo que puso un disco de Sabina el que con su “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió” no ayudó mucho. Se preparó la comida que pudo, con lo poco que encontró en la heladera abandonada por tres días y volvió a llorar como una plañidera. No sentía odio, tan solo dolor.
Durante la tarde fracasó en casi todo lo que intentó, no pudo leer, mirar televisión, ni dormir. Si lagrimear y ordenar a desgano el departamento. Si lo hubiera visto su hermano en el estado caótico en el que se encontraba, su meticulosidad lo habría hecho enojar mucho. Era lo único que alteraba la convivencia con él cuando no se encontraba de viaje, por lo demás eran muy compañeros. Mercedes deseó, de a ratos, que él estuviera allí.
Inevitablemente las horas lograron pasar, pero con gran esfuerzo y quizás por comenzar a elaborar la aceptación de lo que había ocurrido, esteba viviendo lo mismo que la walkiria Brunilda. El atardecer la encontró de mejor ánimo, por eso cuando atendió a Fernando por el portero eléctrico, éste no notó nada extraño, pero un rato después, frente a dos pocillos de café que terminaron enfriándose intactos, ella le contó.
- ¡Es un hijo de puta!- Dijo el joven.
- ¡No!- Respondió ella.- Yo soy una estúpida, qué iba a hacer un tipo lleno de prestigio y de plata, y con una familia hecha, con una don nadie como yo.-
- Sigue siendo un hijo de puta.-
- Nunca me prometió nada, fui yo la que creé una fantasía imposible.-
- Es un hijo de puta.- Repitió Fernando sorbiendo un poco de café frío.
- No.- Susurró ella.
- ¡Si! Él sabía que estaba jugando con tus sentimientos, sabía que te estabas enamorando, sin embargo siguió con la relación, consciente de que algún día te dañaría. Dos veces te reconquistó ¿Te acordás?-
- Si, pero la culpa es mía, sabés que no puedo estar con alguien si no me enamoro.-
- ¡Es un hijo de puta! Es como todos ¿No sabés cómo son los machos? Piensan con el pito, lo único que quieren es un hueco donde ponerlo y vos eras eso para él…-
- ¡Basta!- Fue lo último que dijo Mercedes sobre el tema. Después se levantó, recalentó el café y desvió la conversación sobre cosas más banales.
Pidieron una pizza por teléfono y una botella de vino y las mariconadas de Fernando lograron hacerla reír, después de varias horas.
- No vas a poder creer quien me visitó este fin de semana.-
- ¿Quién?- Preguntó retóricamente Mercedes.
- Él.-
- Él ¿Quién?-
- El que ya sabés.-
- Ah, tenés razón ¿El secretario?-
- ¡Siiiii! Belvires, es tan trolo como yo.-
La risa de Fernando contagió a la muchacha casi hasta el borde de la carcajada.
- Estuve re-perra.- Continuó él.- Le dije que si no hacía lo que yo le pedía no pasaba nada… Y lo hizo.-
- ¿Qué le pediste?
El muchacho hizo una pausa para que la expectativa le diera más gracia a lo que estaba por decir.
- Que se pusiera una bombacha, medias can-can y un portaligas.-
Mercedes estalló en una carcajada imaginándose a ese hombre regordete, peludo y semicalvo con semejante atuendo.
- No voy a poder contener la risa cada vez que lo vea.- Dijo y volvió a reír hasta el dolor de estómago.
Fernando continuó contando detalles hilarantes de su encuentro por un rato más, hasta que decidió retirarse ya que al día siguiente tendrían que estar en los tribunales a horas tempranas.
Cuando el muchacho se fue y el efecto de las endorfinas se disipó en el ánimo de Mercedes, no solo que se había quedado sola sino que se sintió en soledad. Acostada y mirando la oscuridad del techo, con las pupilas henchidas, volvió a los llantos.

1 comentario:

  1. Las descripciones ...impecables como siempre !!
    Y ahora describiendo sentimientos...me sorprendiste. MUY BUENO!!

    ResponderEliminar