miércoles, 5 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo VII

Ya era domingo por la mañana cuando Ramón había madrugado mientras Mercedes seguía acunando a su resaca. Finalmente, apenas pasadas las nueve, ella abrió sus ojos y se tomó el dolor de su cabeza con ambas manos. Él la vio desde el balcón y giró nuevamente su vista hacia el horizonte celeste, esa vez no habría acción. Luego entró a la habitación y se acercó a la cama.
-¡Hola! – Le dijo.
- ¡Mnnn! Me estalla la cabeza ¡Qué tarada soy!-
La resaca vuelve abstemio a cualquiera, hasta la borrachera siguiente.
-¡Hola!- Alcanzó a decir Mercedes.
- Si querés quédate un rato en la cama que yo traigo el desayuno.- Sugirió.
- ¡Dale!-
- Bueno, ya vuelvo. Espero que no hayan cerrado.-
En la soledad de la habitación Mercedes se durmió nuevamente hasta que él regresó con una bandeja suculenta que le sirvió en la cama. La leche, el jugo y los bocados, en combinación con una aspirina que Ramón había traído de la recepción, la hicieron sentir mejor.
-¡Sos un ángel!- Dijo ella.
Un poco más repuesta, se levantó y se dirigió a darse una ducha. Tanto mejor estaba que lo hizo sonriendo.
Mercedes solía tardar bastante tiempo cuando se daba un baño, pero esta vez fue la excepción. Abrió la puerta con sus ruidos eclipsados por el sonido del televisor, que Ramón había encendido, y lo halló mirando por el ventanal y hablando por teléfono.
- ¡Bien! Descansé bastante, aunque me aburrí un poco.
Calló por un instante y luego volvió a hablar:
- Salgo a las 16:00 hs, llego mañana temprano.-
Escuchó el metal de la voz del otro extremo y a su turno prosiguió.
- No, linda, me tomaré un remise en el aeropuerto.-
Y finalmente, antes de terminar con la comunicación, sentenció:
- Yo también, mi amor. Nos vemos. Besos.-
Esa puñalada de realidad hirió de muerte al sueño del corazón de Mercedes.
-¡No vuelvas a hacerme esto nunca más!- Le gritó a la espalda del juez.
El juez giró y la miró con extrañeza.
- No vuelvas a hacerme esto nunca más.- Dijo ahora entre sollozos.
El juez se encolerizó.
- ¡Hacerte qué! Vos sabés como es mi vida, además nunca te prometí nada.-
Fue el golpe de gracia, como por la revelación de un truco la magia se acababa de extinguir y de repente, de una manera lacerante y frente a frente, se desconocieron el uno al otro. Ella no respondió, solamente incrementó su llanto. Él, tímidamente, comenzó a intentar consolarla pero lo que habían planeado como un viaje de placer, se transformó en un fastidio que haría que las horas empezaran a tardar en suceder.
Sin dejar aún el hotel, al mediodía almorzaron en silencio, el juez con hambre y ella sin comer. Luego ella se retiró a la habitación mientras que Ramón se quedó frente a un pocillo de café que estuvo un largo rato luciendo la borra de su fondo. A las dos de la tarde regresó a la suite y encontró que a Mercedes todavía le quedaban lágrimas para llorar y la abrazó –ella se dejó- Le secó algo del llanto con el pulgar y mirándola a los ojos le dijo:
- ¡Perdón! ¡Perdón! Hermosa.-
Mercedes lo miró y, sin decir nada, fue calmando su angustia. Poco a poco fueron casi dejando la situación en el olvido, hicieron el último amor protocolar y con pocas ganas y luego comenzaron a prepara su partida.
En el auto que los llevó camino al aeropuerto cada uno miraba en su ventanilla como se alejaba el paisaje que le había tocado, en el caso de Mercedes el mar. Llegaron al lugar y al hacer los trámites pertinentes a ella la obligaron, por un instante, a que se quitara los lentes oscuros que cubrían su tristeza. Luego se sentaron a esperar el momento de abordar el avión. Los diálogos que mantuvieron fueron tan cortos como escasos y referidos, únicamente, a cuestiones prácticas.
Cada uno estaba preocupado y triste a su manera y por distintos motivos. A ella la realidad se le había revelado tal cual era y no le gustaba, no la quería así. Se sentía usada, pero en ese sentimiento lo que más la atormentaba, era la conciencia de que había sido ella la que se había dejado usar. Tanto creyó eso que casi no culpaba por ello al juez.
Peña, a diferencia de Mercedes, sentía la sensación, como si fuera un niño caprichoso, que el jueguito que había jugado ya no era como él quería que fuese. Le dio también temor la reacción posesiva que había tenido ella, la cual creía que no tenía lugar porque siempre había planteado como eran las cosas. Sentía que la desconocía y que podría complicar su vida.
En algo si coincidieron, ambos estaban decididos tácitamente a terminar con la relación.
Se sentaron en unas butacas frías que en nada se parecían las plagadas de arrumacos y alegría que ella había imaginado, apenas dos días atrás. Ya en vuelo se predispusieron a soportar como pudieran las doce horas lentas que les esperaban atravesando ese cielo aciago. Ella fingió que leía algunas revistas y él que dormía, aunque por momentos lo hizo. El interminable zumbido de la nave los sumergió cada vez más en un profundo mutismo. Lejos había quedado la encantadora pareja de ancianos del viaje de ida de ella.
Todos los finales terminan al final y el de aquel viaje lo hizo en el aeropuerto de Ezeiza. Bajando la escalinata del avión ella atinó a decir, como si hubiese sido necesario:
- Me abro de esta historia.-
Y él, redimido y aliviado, respondió sin abogar:
-Está bien.-
Y eso fue todo, luego, aunque coincidente, el rumbo hacia la ciudad los llevó de manera separada.

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